Las hipótesis que se barajan como concausas de la debilidad de la inflación, cuya tendencia a la baja es un proceso que se constata desde 1980, son múltiples y no excluyentes.

Se apuntan, entre otras, los modelos económicos que nacen de la revolución neoliberal y del posterior Consenso de Washington, la pérdida de fuerza de los sindicatos desde entonces, los impactos deflacionarios de las nuevas tecnologías (desde la digitalización y robotización a las técnicas de fractura hidráulica, que abaratan el petróleo), la globalización y división internacional del trabajo, la competencia mundial de la mano de obra, el abaratamiento del transporte y las nuevas formas de organización de los procesos productivos a escala mundial mediante la segmentación de fases productivas por países (las cadenas globales de suministro), la instauración de modelos de negocio de bajo precio (Wal-Mart, aerolíneas low cost, marcas de distribución y otras), la supresión de intermediarios (modelo Amazon), la a veces mal llamada economía colaborativa y los mecanismos de optimización fiscal, que permiten a grandes corporaciones la elusión de impuestos y ser más agresivas en márgenes y precios. Las reformas laborales que reducen salarios y condiciones contractuales y la existencia de más fuerza laboral inactiva de la que arrojan las estadísticas de desempleo son otras hipótesis, junto con el creciente subempleo (jornadas parciales y contratación eventual y temporal) que opera sobre los costes empresariales y sobre la renta disponible para el consumo.

La independencia de los bancos centrales favoreció una mayor credibilidad y eficacia en el control inflacionario, lo que a su vez condiciona la actitud del resto de los agentes en función de esa expectativa, al igual que un fenómeno de inercia por el que los episodios desinflacionarios determinan efectos prolongados en los comportamientos posteriores.

La elevada deuda mundial es otro lastre, junto con el creciente envejecimiento demográfico en las economías avanzadas, los ajustes fiscales y la austeridad, un eventual escenario de "trampa de liquidez" según los keynesianos, un menor crecimiento potencial, la preeminencia de la economía financiera sobre la productiva, la desigualdad y brecha de riqueza crecientes, y otros factores.