La empresa es la célula del sistema capitalista y en su núcleo están las personas que la emprenden. Si hacemos caso de la OCDE, España tiene serias carencias en esa escala celular: su tasa de empresarios incipientes (proporción de la población adulta que ha participado recientemente en la creación de empresas) es la segunda más baja entre una lista formada por las 37 principales economías de mercado. Tal tasa no pasa del 3% en los hombres y del 2,1% entre las mujeres, cuando los promedios de la organización son del 7,4% y del 4,9%, respectivamente.

¿Por qué somos menos emprendedores como refleja la apariencia estadística? Para despachar rápido la cuestión es tentador sumarse a tantos que atribuyen el déficit de iniciativa empresarial en España a las insoportables trabas administrativas, a la insuficiencia de los apoyos públicos o a la falta de sensibilidad y compromiso de la banca con la financiación. Conviene comentar antes que la mayor o menor propensión al emprendimiento y al autoempleo está conectada al grado de desarrollo de las sociedades y a las oportunidades que tienen los individuos para vivir y prosperar. Por lo común, hay más gente dispuesta a emprender donde el nivel de bienestar es bajo y donde lo son también las opciones de disponer de un trabajo digno por cuenta ajena. Ello explica, por ejemplo, que en la clasificación de la OCDE aparezcan México o Rumanía muy por delante de España y de los países más ricos de Europa.

Las tasas de emprendimiento tienden a moderarse cuando las economías alcanzan ciertos niveles de industrialización y de calidad en el empleo asalariado. Y los estudios académicos constatan que la iniciativa empresarial suele recobrar dinamismo y solidez cuando los países alcanzan un estadio aún superior de desarrollo. Cuadra con ello que EEUU, Canadá y Australia presenten resultados que triplican los de España, muy rezagada, como lo están también Italia (antepenúltima) o Francia (quinta por la cola). Estas posiciones llevan a pensar en los lastres económicos del Sur de Europa; quizá en su tradición católica por contraposición a "la ética del capitalismo protestante", que predica la salvación a través de laboriosidad y bendice el beneficio. Pero la explicación no funciona, porque países como Alemania o Dinamarca también suspenden el examen de emprendimiento de la OCDE. De su lista sí se infiere que el pulso emprendedor predomina claramente en el ámbito del capitalismo anglosajón (individualista y alérgico a la intervención pública) frente a la versión continental europea (más social).

¿Acaso hay que volverse entonces más neoliberales para ser más emprendedores? Lo que conviene es ahondar en los problemas y tomar nota de lo que funciona en otros lugares. Cuando decimos que la burocracia mutila la iniciativa empresarial, puede ser cierto, pero probablemente estemos quedándonos cortos. Sin obviar que la regulación es mejorable y que con seguridad existen duplicidades y arbitrariedades, España tiene un problema general de ineficiencia en las Administraciones que perjudica a las empresas como al conjunto de los ciudadanos. Si la financiación es un obstáculo mayúsculo puede ser porque nuestros bancos carecen de conocimientos y de incentivos para arriesgarse a respaldar las ideas innovadoras y porque no hemos impulsado otras vías: capital riesgo, mercados alternativos de capitales, fórmulas colaborativas... mucho más extendidas en otros países. Y si estamos entre los ciudadanos del mundo que percibimos menos oportunidades de negocio (las percibe el 25,6% de la población adulta, frente al 41% de media de las economías avanzadas, según el "informe GEM") quizá esté relacionado, como tantas otras cosas, con las carencias del sistema educativo.

Ante este problema de las células del capitalismo que retrata la OCDE vuelven a emerger grandes reformas que España tiene pendientes desde hace mucho o que ha abordado sin la ambición necesaria.