Donald Trump empezó en noviembre con la imposición de aranceles a la aceituna negra española y a partir de ahí siguió una tendencia creciente con arremetidas contra China, Alemania, la UE, Canadá y México, ya fuese contra las placas solares y lavadoras asiáticas, el acero y el aluminio de China, Europa, Canadá y México, y ahora los automóviles de la UE. EEUU impuso sanciones a 1.300 productos chinos (incluidos tecnológicos) y Pekín y Bruselas respondieron con sanciones y contramedidas. Trump ha vuelto a amenazarles con más proteccionismo. Canadá también se prepara para las hostilidades.

La OCDE calcula que un aumento de 0,10 puntos porcentuales en el coste del comercio global tendría un impacto de 1 a 1,5 puntos en el PIB mundial a medio plazo. El Banco de España dijo hace un año que una guerra comercial generalizada restaría de 0,1 a 1,2 puntos porcentuales al avance mundial. El BCE estimó en abril que un 10% de aranceles sobre todo el comercio de Estados Unidos ralentizaría la economía global un 1% en el primer año.

La previsión más pesimista

Y el banco BNP Paris fue aún más drástico: apuntó entre el 1 y el 4,5%. E indicó que una subida de aranceles del 40% llevaría al planeta a una profunda recesión. Un retroceso mundial sorprendería al planeta con una deuda global récord del 327% del PIB mundial y con los bancos centrales impelidos a subir tipos.

El economista francés del XIX Frederic Bastiat dijo: "Cuando las mercancías no pueden atravesar las fronteras lo hacen los ejércitos". Y en la conferencia de Bretton Woods, en 1944, el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Henry Mongenthau, sostuvo que la agresión económica "no puede crear otra cosa que la guerra. Es tan peligrosa como inútil". Sin llegar a esos extremos, el ruido de sables de la guerra comercial dañaría a todos. Como dijo el poeta inglés John Donne, cuando las campanas repican, siempre "doblan por ti".