La competitividad -o capacidad para competir según la RAE- puede medirse a través de índices poliédricos diferentes, pero como señaló el exministro francés Hubert Védrine, conviene no confundir con la evolución individualizada de los agregados macroeconómicos. Una década después de la gran crisis que tornó en errático el comportamiento de la actividad económica, las comunidades parecen conformarse con recuperar su nivel crecimiento en términos de PIB, y olvidan que siguen lejos de alcanzar las cifras de empleo e igualdad que registraban antaño. Galicia puede encajar en esta categoría. El segundo trimestre de 2008 comenzó una escalada a la baja en el crecimiento, que no comenzó a recuperar hasta mediados del 2013, cuando encaró una senda positiva que llega hasta nuestros días. Treinta meses consecutivos de crecimiento alrededor del 3%, por encima de la media española y de la UE, en una carrera por la convergencia que, según ha constatado recientemente el Foro Económico de Galicia, muestra ya síntomas de agotamiento.

Los datos de incremento del PIB pueden tentar a afirmar -erróneamente- que la economía gallega es ahora más competitiva que antes de la crisis, pero sería arriesgar demasiado. Más allá de los datos macroeconómicos, la habilidad de la comunidad para ofrecer un entorno sostenible y atractivo para las empresas y para que los ciudadanos vivan y trabajen en ella, no arroja resultados tan robustos. Según el índice de Competitividad que elabora Bruselas, Galicia se sitúa en el vagón intermedio -puesto 181 de 263-, al igual que el Informe del Consejo General de Economistas, que le otorga el puesto 10 de 17. Es decir, la comunidad gallega no preocupa por su parón, pero tampoco despunta por su evolución meritoria, sino más bien ha escalado por la pérdida relativa de posiciones de otras comunidades que antes iban por delante. No se puede afirmar con la boca llena que Galicia haya ganado competitividad real sino al contrario, ha bajado peldaños en todos los ítems que componen los indicadores -tanto a nivel nacional como europeo- salvo en educación y sanidad. Se sitúa lejos de la media europea en aspectos esenciales como investigación, desarrollo, innovación, infraestructuras, tamaño empresarial o eficiencia en el mercado laboral, a los que tampoco ayuda el complejo entorno institucional. Alejada del triángulo de la competitividad que une a Madrid, País Vasco y Cataluña, la situación de la economía gallega clama por definir un modelo de desarrollo que sea capaz de converger activamente con los polos más dinámicos. Para ello es necesario apostar decididamente por los sectores clave y de alto valor añadido, invertir en I+D+i, fomentar la competitividad empresarial y la generación de conocimiento que propicie el nacimiento de un tejido productivo potente, capaz de retener -y no de expulsar- la mano de obra más cualificada. Para que todo ello sea posible conviene no olvidar el diálogo de la Reina Roja con Alicia en el País de las Maravillas cuando le advertía de que no es suficiente con dar vueltas alrededor del mismo árbol porque si bien es cierto que "hay que correr todo lo posible para permanecer en el mismo lugar, si se quiere avanzar hay que correr el doble de rápido que los demás". ¿Estamos en forma? Queda tarea pendiente.