En la larga lista de tareas que el adelanto electoral de las generales para el 28 de abril deja en el limbo está la futura ley de Cambio Climático y Transición Energética con la que el actual Gobierno quería blindar los compromisos de España con la UE en el marco del Acuerdo de París contra el calentamiento global. No se entiende lo uno sin lo otro. Aunque evidentemente hay muchas áreas en las que actuar, el camino hacia una economía sostenible pasa, sin duda, por un sistema energético verde. Lo que en principio sí debería ir adelante es el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima, la hoja de ruta para guiar esa metamorfosis y que todos los Estados miembros deberían haber entregado a Bruselas antes del cierre del pasado año. En principio se revisará en el Consejo de Ministros del próximo viernes. El documento, como adelantó la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, prevé el fin del carbón a partir de 2020, el cierre de las nucleares entre 2025 y 2030, una importante caída del uso del petróleo con fines energéticos durante la siguiente década y el fin de las emisiones en 2050. La Xunta ha sido muy crítica con la política energética del Ejecutivo aprovechando la crisis de Alcoa y de otras industrias electrointensivas por el encarecimiento de la tarifa, pero también su propia estrategia contempla llegar a 2050 como un territorio "neutro" en gases contaminantes. Es todo un desafío. A pesar del importantísimo peso que tienen y que tendrán las fuentes renovables, más del 70% de toda la energía producida y transformada en la comunidad depende del petróleo y sus derivados o de combustibles convencionales. La primera cuestión para hacerse una idea del enorme reto que la transición implica para Galicia y el resto del país es tener en cuenta que energías hay muchas. No solo electricidad, lo primero en lo que probablemente piensan los ciudadanos. Están también el calor y, por supuesto, los carburantes del transporte. Y la comunidad tiene un poco de todo. O mucho en el caso de algunas fuentes energéticas.

La llamada energía primaria autóctona, generada a partir de los recursos disponibles en la comunidad, alcanzó las 1.934 kilotoneladas equivalentes de petróleo (ktep) en 2017, según el balance que acaba de publicar el Instituto Enerxético de Galicia (Inega). Casi un 44% procedió de la biomasa y el biogás. Alrededor de un tercio fue eólica. El aprovechamiento de los residuos sólidos urbanos representó el 5,1% y un 4,7% los biocarburantes.

Además de la diminuta contribución del resto de fuentes -la geotermia ronda el 0,5% y la solar un 0,7%-, el mix de generación con recursos propios se completa con el agua. Suele liderar la producción tanto del total de la energía autóctona como de la electricidad. Pero 2017 fue un año de muy pocas lluvias, el principio de una sequía histórica en la comunidad gallega, y la hidroeléctrica descendió cerca de un 66%.

Ese desplome de la actividad en las centrales de los ríos gallegos arrastró en cascada a todo el sistema. "La capacidad de autoabastecimiento de electricidad y de calor disminuyó en el año 2017 por la bajada de electricidad con energías renovables", apunta el Inega. ¿Cuánto? Del 57,9% de 2016 al 40,7%. Si se incluye el consumo de productos petrolíferos, la comunidad solo pudo cubrir con sus propias fuentes el 27,4% de la demanda de energía.

Vamos con la otra parte, con las fuentes de energía inexistentes en Galicia y que hay que comprar. Crudo, productos petrolíferos, carbón, gas natural y biocarburantes sumaron 11.003 ktep. Las importaciones de todos estos combustibles fósiles aumentaron en 2017 para, en parte, compensar la caída de la hidroeléctrica. Las de carbón crecieron un 7,9%, un 14% las de gas y un 2% las de crudo y productos petrolíferos.

Entre lo generado con recursos propios y el tratamiento y transformación de lo que llega de fuera, la energía disponible en la comunidad gallega ascendió a 9.929 ktep. Casi la mitad fueron productos petrolíferos, sobre todo gasóleos, gasolinas, fuel óleos y GLP.

La electricidad se aproximó al 26%, con la producida con la quema de carbón en las centrales de As Pontes y Meirama a la cabeza (932 ktep). A continuación figuran la eólica (596), los ciclos combinados de gas (279) y los grandes embalses de agua (255).

Los combustibles convencionales para uso térmico -gas natural y productos petrolíferos con destino a la combustión- representaron el 14%. También para uso térmico, pero con origen renovable, la cuota de la biomasa, la geotermia y la solar se situó en el 6,1%. En este caso, un 3,7% le correspondió al calor procedente de la cogeneración y un 2,4% a los biocarburantes.

Hacía seis años que la electricidad no tenía tan poco peso en la cesta energética gallega. Los productos petrolíferos, en cambio, registraron su máximo desde 2005, como recoge el informe divulgado por el Inega.

Algo más del 61% de la energía disponible se consumió aquí. Por encima de los 6.000 ktep, repartidos entre los 2.080 de los combustibles para el transporte; 1.597 ktep de electricidad; 1.389 en combustibles convencionales para calor; 602 ktep en renovables de uso térmico; y 364 ktep también de calor recuperado en las centrales de cogeneración.

La demanda interna de energía disminuyó un 0,6% por la bajada entre los productos petrolíferos para el transporte, un 5,6% menos que en 2016.

¿Y qué presencia tienen las fuentes renovables en el consumo de la comunidad gallega en función del tipo de energía? En la electricidad aportaron el 62,6%. En calefacción y refrigeración un 30,6%. En el transporte un 8%. El total fue del 35,2%, muy por encima del 20,3% que suponían en 2015 y del 19,4% fijado en el Plan de Acción Nacional de Energías Renovables-PANER 2011-2020.

Otros 3.800 ktep se fueron a otras comunidades o fuera de España. El flujo aumentó tan solo un 0,3%. Los notables incrementos de la exportación de productos petrolíferos transformados en la comunidad gallega (9,9%) y de los biocarburantes (9,3%) no compensaron la también destacada caída en la electricidad (18,1%).