En muchas ocasiones es difícil, todos lo sabemos, resumir en unas pocas líneas todo lo que se quiere escribir sobre algo o sobre alguien. En el caso de Manolo Jove es totalmente imposible, al menos para los que hemos tenido la suerte de compartir con él mucho tiempo, mucho trabajo, mucho esfuerzo.

Lo conocí en el año 1992, cuando estaba organizando con otros 35 empresarios el nacimiento de Aproinco, la Asociación de Promotores Inmobiliarios de A Coruña. Su empresa, Fadesa, todavía no era, ni de lejos, la gran empresa que llegaría a ser: la principal promotora de España. Era una de tantas pequeñas empresas promotoras que intentaban superar la crisis que azotaba la economía española en aquella época. Pero él ya quería unir a todas las empresas promotoras coruñesas, como luego haría con todas las gallegas a través de Feproga, la Federación de Promotores de Galicia. Sabía que la unión hace la fuerza y que para conseguir el reconocimiento de la sociedad, y una interlocución adecuada ante las distintas Administraciones, era necesaria una organización empresarial fuerte, que a su vez redundaría en empresas más fuertes y profesionales.

Desde que me incorporé primero a Fadesa, y después a Aproinco, tuve la oportunidad de conocerle en su doble aspecto de empresario audaz (todos en el fondo lo son) y entrañable persona. Y los que le han conocido y trabajado con él saben a qué me refiero. Para el Jefe, como le llamábamos, era importante el trabajo de cada uno en la empresa (¡sólo faltaba!) pero también era importante compartir con los distintos trabajadores, conversar con ellos, con una cercanía y un tono cariñoso, que hacía que hasta lo que era en realidad una crítica o un comentario desfavorable se pudiera aceptar mucho mejor.

Siempre fue fiel a sus amigos, entre los que incluían todos aquellos que trabajaron para él, al menos mientras la empresa (en realidad las múltiples empresas que creó) no alcanzaron un tamaño que impidiera el trato personal. Siempre fue respetuoso con sus compañeros de profesión, desde luego con todas las empresas de Aproinco, que tenían en él un referente y un máximo valedor. Hasta que en septiembre de 2006 dimitió de sus cargos de presidente de Aproinco y de presidente de Feproga. En las muy distintas jornadas explicativas de cualquier norma, en los distintos Xacobeos (1999 o 2004) fue el nexo de unión, no sólo de las empresas coruñesas y gallegas, sino de buena parte del tejido empresarial español. Incluso en la época de la vorágine, tras la salida a Bolsa de su empresa, se le llegó a tantear para la presidencia de la Asociación Nacional de Promotores Constructores de España, que muy discretamente rechazó.

Porque Manolo siempre fue muy coruñés, muy gallego. Muy familiar, muy amigo de sus amigos. A pesar del oropel de la fama y de llegar a cotizar su empresa en el selectivo Ibex 35, siempre volvía a refugiarse con sus viejos amigos, con sus amigos de verdad, los que le vieron crecer, y caer, pero a los que siempre volvía porque sabía que ellos no le fallaban, igual que él no les fallaba a ellos. Porque no perdonaba una buena comida en esa compañía. Y los vinos si podían ser de alguna de sus bodegas, del grupo Inveravante, mejor.

Manolo, el Jefe, el señor Jove, se ha ido en medio de esta epidemia que azota hoy a la sociedad española, y al mundo entero. Se ha ido sin hacer ruido, dejando solo los buenos recuerdos de un magnífico empresario y de una buena persona. No hemos tenido ni siquiera la oportunidad de despedirlo como merecía.