La economía internacional, en particular la española, han sufrido un duro golpe en 2020, cuyos efectos sentiremos durante algún tiempo. La recuperación dependerá en gran medida de la agilidad en el proceso de vacunación y las decisiones que tomen los gobiernos para proteger a las pymes y los sectores más afectados. Más allá de ponerle fecha al momento exacto en el que la actividad económica recobrará la normalidad, la pandemia nos deja importantes enseñanzas para la nueva etapa que se abre: debemos diversificar las fuentes de suministros, fortalecer la colaboración público-privada, seguir impulsado la digitalización y, sobre todo, apostar de manera decidida por la transición energética.

Para acelerar la salida de la crisis de manera socialmente responsable, conviene agilizar todavía más la transformación del sector energético. Necesitamos transformar nuestras empresas hacia una industria verde y más circular que nos aporte otro tipo de crecimiento, con patrones de sostenibilidad social y ambiental distintos, que favorezcan de manera ágil nuestros planes de descarbonización de manera más coherente, en el marco de la Agenda 2030.

Esta transformación hará más fuerte y resiliente nuestro modelo productivo. Las inversiones sostenibles en renovables o tecnologías bajas en emisiones tienen un efecto tractor en la economía. En España, por ejemplo, permitirán aprovechar el enorme potencial renovable del país y las cadenas de valor existentes. Además, aporta indudables ventajas como la reducción de residuos o el ahorro en el consumo de materias primas, entre otras.

Hacía mucho tiempo en que el papel de los Estados no había sido tan decisivo en la sociedad. Y esto es cierto no solo para la gestión de la sanidad, que es la prioridad clave, sino también para encauzar los fondos europeos derivados del Programa Next Generation EU con el fin de implantar una verdadera economía circular. Estos fondos representan una gran oportunidad para hacer rentables tecnologías que a día de hoy aún no lo son. Serán además un revulsivo para el sector energético y la economía en general, y por ello es importante que este flujo de dinero se destine a proyectos realmente transformadores. En este sentido, la colaboración público-privada, tanto con las administraciones locales como con las europeas, y las alianzas, deben marcar la senda hacia un nuevo periodo, en la que la competitividad de las empresas salga reforzada.

Pero es importante recordar que, dado que nos movemos en un contexto de globalización, si queremos como europeos lograr una transición ambiciosa y alcanzar los objetivos anunciados, la única forma de conseguirlo es protegiendo la industria europea, para que pueda transformarse sin verse perjudicada por la competencia del exterior.

En definitiva, 2021 será pues aún un año complejo, de transición, pero está en nuestras manos hacer que la recuperación llegue antes, sea más sólida y abra una nueva etapa de bonanza a medio y largo plazo gracias a un nuevo modelo energético.