El empresario Elon Musk y sus proyectos de innovación ocupan titulares con frecuencia. Esta semana la noticia la ha generado Neuralink, su compañía de neurotecnología, que ha insertado con éxito un chip en el cerebro de un mono. Este hito supone otro avance hacia el objetivo de Neuralink, que es conectar la actividad neuronal del cerebro humano con un ordenador. Y pone de relieve la velocidad a la que se desarrollan este tipo de aplicaciones biotecnológicas. "A día de hoy ya estamos en una sociedad en la que conviven humanos con cíborgs y robots; es real", asegura Pablo Mondragón, tecnoantropólogo y cofundador de la escuela Umanyx y la consultora Antropologia 2.0, centradas en antropología empresarial.

La definición de humano y la de robot quizá estén más claras, pero€ ¿Qué es un cíborg? Según el enfoque "transhumanista clásico" compartido por este experto, es aquella persona "mejorada biológicamente a través de las tecnologías". Y no tiene por qué ser necesariamente con un chip en el cerebro. Según defiende, todas aquellas personas que tengan implantada tecnología que le permita vivir "son cíborgs", y esto engloba tanto a un niño con un implante coclear como a "un señor con un marcapasos".

También a la mano biónica que completa a Rubén Feijoo desde junio de 2019, aunque él no se identifica con un término distintivo como el de cíborg. "Lo veo como algo hacia lo que tiende el mundo, ya sea para recuperar la movilidad o para abrir la puerta del garaje solo con pensarlo", asegura este ourensano de 17 años, nacido con una amputación parcial de la mano debida a factores congénitos.

Sin embargo, incorporar mejoras tecnológicas en el cuerpo humano todavía no es fácil ni barato. La prótesis de última generación de Feijoo, pionera en Galicia y la segunda de este tipo fabricada en España, puede superar los "30.000 euros, llegando a cantidades mucho mayores, por lo que no resulta asequibles para todos los bolsillos". Es por esto que Feijoo se siente "un privilegiado" por haber obtenido el sí del comité médico que desbloqueó la financiación del Servicio Gallego de Salud.

El proceso, que el gallego define como "fluido" y posible gracias a un "sistema sanitario público" que costea total o parcialmente estos dispositivos, cambia mucho cuando se trata de mejoras al margen de la sanidad. Básicamente, porque la incorporación de órganos y sentidos no humanos mediante procedimientos quirúrgicos "sigue siendo una práctica clandestina". Así lo asegura el artista británico-catalán Neil Harbisson, que vive desde hace años las dificultades para modificar sus capacidades a través de la biotecnología.

En 2003 tuvo que buscarse un equipo médico dispuesto a implantarle una antena en el cráneo, tras el rechazo del comité de bioética a la operación. "La inversión necesaria puede variar muchísimo dependiendo del órgano o sentido que uno quiera crear", corrobora. Y aunque no aporta una cifra, sí cuenta cómo ha ido evolucionando: "Mi antena en 2004 solo captaba colores visibles; años más tarde añadí percepción infrarroja y ultravioleta, y después añadí internet".

El desarrollo de la tecnología y la complejidad de su instalación condicionan el precio de este tipo de dispositivos. El rango es tan amplio que por unos pocos cientos de euros se puede adquirir e instalar un chip subcutáneo con tecnología inalámbrica NFC. La hispano-sueca Dsruptive es una de las empresas que los fabrican: del tamaño de un grano de arroz largo, se colocan debajo de la piel (normalmente en la mano, entre el dedo pulgar y el índice) en un proceso similar al que se utiliza con los piercings. Con estos chips es posible hacer pagos, abrir puertas o coger un tren, como sucede en Suecia con SJ Rail, el operador ferroviario estatal.

Son funcionalidades sencillas, pero siempre se puede ir más allá. Con la antena, Harbisson ha solucionado la alteración congénita con la que nació, acropmatosia, por la que veía todo en blanco y negro. Literalmente. Su dispositivo corrige este problema al transformar las ondas de luz en frecuencias de sonido. Pero es que además le permite recibir llamadas o conectarse a la Estación Internacional de la NASA y percibir colores del espacio.

"Si una persona gana más dinero tiene acceso a una mejor sanidad o a ponerse un aparato embellecedor de dientes€ Muchas cosas hacen que tu dinero afecte a tu biología", reflexiona el antropólogo Pablo Mondragón. Y esta cuestión, la del dinero, constituye en su opinión una de las principales cuestiones a las que prestar atención en el debate sobre los cíborgs. Porque si ampliar las capacidades humanas con tecnología más allá del sistema sanitario es algo caro, opaco y no regulado, no es descartable una nueva brecha social.

"Podemos asistir al lanzamiento o creación de clases biológicas", advierte este experto, que considera que esta división ya existe y que la tecnología simplemente la aumenta. "Los ricos son más guapos que los pobres y esto es una forma de clase biológica", añade. Con todo, está convencido de que la sociedad está preparada para adoptar estos avances y que la ciborgrización es cuestión de tiempo.

Aunque lo cierto es que, por el momento, solo Neil Harbisson ha conseguido ser reconocido de forma oficial como cíborg. Tras lograr que su implante se considere parte de su anatomía, cuando el Reino Unido aceptó una fotografía con la antena en su pasaporte, encara ahora el objetivo de regular los paradigmas transhumanistas: "Si los ciudadanos de un país se convierten en tecnología, hay que crear nuevas leyes y derechos que defiendan y protejan sus libertades".

El matiz reside en cómo estas personas mejoradas tecnológicamente viven su relación con su mejora. Dónde acaba el individuo y empieza la tecnología y viceversa. Convertirse en un cíborg es posible, pero todavía falta por definir a qué coste.