Hace exactamente un año comentaba en estas mismas páginas el shock de impacto que había vivido nuestra economía como consecuencia de la pandemia y la importancia que iba a tener para su recuperación, o más bien transformación, tanto el ritmo de evolución de las vacunas como la correcta gestión que se hiciera de los fondos europeos.

Respecto a lo primero podemos estar satisfechos, pues es un éxito achacable a todos el que nuestros niveles de vacunación se encuentren entre los más elevados del mundo, lo que supone el mejor antídoto para evitar una expansión de la enfermedad y un potencial retorno de las diversas versiones de confinamiento que ya hemos empezado a ver en Europa.

Respecto a lo segundo, si bien es cierto que los fondos comenzaron a llegar en el segundo semestre de este año, está por ver aún si seremos capaces de culminar con éxito una gestión y tramitación de las ayudas lo más integral posible, lo que supone ejecutar con rapidez las reformas estructurales que llevan aparejadas, entre otras en el sistema de pensiones. Y no solo porque son exigencias que establecen desde Bruselas para recibir dichos fondos sino, ante todo, con el fin de transformar y preparar nuestra economía para competir con éxito en el futuro.

Los bancos vamos a ser una pieza indispensable a ese respecto, dada nuestra capacidad para servir de nexo de unión entre empresas y administraciones y el conocimiento que tenemos de las necesidades de nuestros clientes. Me enorgullece decir que en Bankinter nos hemos convertido en una entidad de referencia para las empresas en la captación, la ejecución y el desarrollo de proyectos ligados al programa Next Generation.

Un correcto aprovechamiento de los fondos europeos será, por tanto, el primer desafío al que nos enfrentaremos en 2022.

El segundo será el de transformar nuestra economía en múltiples ámbitos, entre ellos la doble transición ecológica y digital, así como la reindustrialización del país, necesidad que se puso de manifiesto precisamente a raíz de la pandemia. Sin olvidar, por supuesto, la transformación de nuestro mercado laboral, que pese a haber contenido el desempleo masivo gracias a la fórmula de los ERTE no alcanzará en 2022 los niveles de ocupación previos a la pandemia, lo que nos llevará a seguir siendo el país de la eurozona con más desempleo.

Otro desafío será el de mejorar nuestra competitividad, por ejemplo con un uso adecuado de la política fiscal y un entorno regulatorio estable, que genere seguridad. Todo ello con el objetivo de atraer nuevas inversiones y de impulsar la recuperación de los beneficios empresariales, que al final acaban permeando en la sociedad en su conjunto. Y es que este es uno de los puntos débiles de la economía española: la lenta recuperación que están experimentando los beneficios de nuestras empresas en comparación con los de otras economías.

Nos encontramos, por tanto, ante el reto de impulsar el crecimiento y, sobre todo, de hacerlo sostenible en el tiempo, y para ello será necesaria la colaboración de todos. De lo contrario nuestra economía corre el riesgo de diluirse en la media y orillarse a la periferia europea, cuando nosotros debemos ofrecer un atractivo adicional.