Hombre del Renacimiento, troll, visionario o ególatra. No hay medias tintas para describir al magnate tecnológico Elon Musk. El hombre más rico del planeta, y nuevo propietario de Twitter, ha destacado por encima de otros grandes empresarios contemporáneos no sólo por su éxito al frente de compañías como Tesla SpaceX, sino también por un estilo desafiante e incendiario que, para bien o para mal, le ha puesto en el centro de toda conversación.

Nacido en 1971 en la Suráfrica de los últimos años del apartheid, Musk creció en el seno de una acaudalada familia que amasó una fortuna con la propiedad de una mina de esmeraldas en Zambia. Su padre, Errol, dijo que el estilo de vida ostentoso que llevaban convirtió a Elon en un “comerciante aventurero”. Con 12 años ya había creado y vendido un videojuego por 500 dólares. Aún así, no todo fue fácil: divorcio familiar, mala relación con su progenitor y acosado en el colegio. Todo eso marcó su carácter.

Tras licenciarse en física y economía en Estados Unidos, Musk abandonó su máster en la Universidad de Stanford para iniciar su aventura empresarial y lanzar, junto a su hermano Kimbal, la compañía de software Zip2. Con su venta se embolsó más de 20 millones de euros, dinero que usó para levantar la empresa de banca online X.com. Ésta terminaría fusionándose para dar a luz PayPal, el método que revolucionó los pagos electrónicos. Su venta a eBay le reportó casi 170 millones de euros.

Controlar la narrativa

El dinero amasado en esa etapa inicial fue la piedra angular de su actual imperio. Con ello cofundó el fabricante de coches eléctricos Tesla y la compañía aeroespacial SpaceX. Tras casi llevarle a la bancarrota, la promesa de revolucionar la automoción y de facilitar el turismo al espacio empezó a cuajar y a captar grandes inversiones en 2008. Ambas compañías son su actual sello empresarial. “Musk sabe rodearse de gente espectacular que hace su trabajo, mientras él se pone en el centro de atención para dirigir la narrativa hacia donde le interesa”, explica el analista tecnológico Álex Barredo.

El año pasado, mientras la pandemia causaba estragos, su negoció se disparó y con ello su riqueza, valorada en 245.800 millones de dólares. Esa sobredimensionada fortuna –superior al PIB de países como Portugal o Chile— responde a la lógica especulativa de un mercado en el que la valoración de las empresas y su capacidad para atraer a inversores no se deben solo a realidades tangibles, sino también a promesas excesivas, de colonizar Marte a crear chips que conecten el cerebro humano con máquinas.

“Musk no tiene la inteligencia cruda de Einstein. Con su potente conocimiento tecnológico identifica dónde está el límite y luego pide ir más allá”, apunta Barredo, autor del podcast ‘ELON’. "Eso ha motivado a parte de sus trabajadores, pero ha quemado a muchos otros, que ven en esas promesas que no se pueden cumplir una cultura tóxica". Adicto al trabajo, Musk ha asegurado que trabaja unas 14 horas al día, siete días a la semana.

La revista TIME reconoció a Musk como persona del año, resaltando su mayúsculo éxito empresarial, pero también su particular condición de ‘showman', con un estilo irónico, confrontacional e incluso pueril que le convierten en una figura tan difícil de leer como fácil de idolatrar. El magnate ha adaptado ese estilo provocador a los negocios y ha perfeccionado como pocos el arte de lanzar declaraciones llamativas para captar la atención y relanzar sus productos. Lo ha hecho para alterar las acciones de Tesla –lo que le ha valido problemas legales que aún arrastra— y también para disparar y hundir el valor diversas criptomonedas. Twitter ha sido un altavoz esencial para esa estrategia. Ahora , su juguete favorito está en sus manos.