La Opinión de A Coruña

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Guerra en Ucrania

Otro telón de acero

Hay que prepararse para un escenario de largo plazo en el que habrá que buscar alternativas a algunos productos importantes

Una representación del telón de acero.

Rusia nunca ha sido una gran potencia económica. Ni lo fue cuando encabezaba el bloque comunista, ni lo es ahora, al frente de una internacional populista, con un PIB la mitad que el francés y una renta per cápita tres veces menor que la española. Pero es una potencia nuclear que ha recuperado con Putin, forjado en el stalinista KGB, el orgullo del viejo imperio zarista y la desconfianza hacia occidente que le lleva a buscar zonas de seguridad mediante un activo expansionismo. Esa actitud desafiante y dictatorial, se fortalece gracias a las exportaciones de gas y petróleo (principal fuente de financiación del país y del Estado) así como a la forja de un poderoso club de oligarcas, enriquecidos por el favor discrecional del autócrata.

No es momento de hacer una reflexión sobre la responsabilidad que incumbe en el encumbramiento de Putin, a un occidente que proclamó su triunfo tras la caída del muro de Berlín (el fin de la historia) e intentó imponer a los antiguos países comunistas una fuerte terapia liberal y una precipitada integración en la UE o la OTAN, desde una actitud prepotente (el libro de Krastev y Holmes, 'La luz que se apaga. Cómo Occidente ganó la guerra fría y perdió la paz', da suficientes pistas). Y no es momento porque nada justifica la actual invasión de Ucrania y el sufrimiento de millones de civiles que ven destrozadas sus vidas.

La guerra de Putin no debería de habernos pillado por sorpresa, como así parece que ha sido. Ahora sabemos (nosotros, pero los servicios de inteligencia deberían de saberlo antes) que estaba preparándola desde, al menos, el golpe que en 2014 expulsó al dictador que había impuesto en Ucrania (un país que, para Putin, no existe ya que fue un "invento" de Lenin) lo que le condujo a dos movimientos premonitorios de lo de ahora: invadir y anexionarse Crimea, a la vez que los prorrusos de las regiones ucranianas de Donetskj y Lugansk, declararon la independencia en el 30% del territorio que controlan. Con ello, generó una situación inestable que, visto ahora, solo tenía dos evoluciones posibles: el regreso a Ucrania de un gobierno antieuropeo y adicto a Putin, o la invasión, con idea de anexionarla a Rusia.

Sin duda, la valerosa reacción del pueblo ucraniano y la dureza de la respuesta de Occidente, consciente de lo mucho que nos jugamos en este envite (China observa atentamente, con Taiwán en el radar) está alterando, quizá por primera vez en los últimos años, los planes del ególatra autocrático acostumbrado a salirse con la suya y sin ningún tipo de contrapeso que, por lo que se ve, pueda frenarle.

Excluida y aislada

El conjunto de sanciones puestas en marcha con gran rapidez por EEUU y la Unión Europea, representa el levantamiento de un nuevo telón de acero. Rusia ha quedado excluida del sistema económico mundial y, conforme avanzan el resto de medidas sobre importaciones de gas, espacio aéreo, internet, retirada de firmas occidentales del mercado ruso, medios de comunicación, deportistas, etc. quedará aislada de Occidente, en una situación que recuerda a la guerra fría. Tres cuartas partes de los países presentes en la Asamblea General de la ONU han condenado la invasión, que solo ha sido respaldada por cuatro dictaduras, mientras China e India se abstenían.

Aunque Rusia depende del resto del mundo más que nosotros de ella, la desconexión efectuada va a tener impacto económico negativo, también entre los sancionadores. Dependiendo, claro, de su duración, aunque todo apunta a que debemos prepararnos para un escenario de largo plazo en el que deberemos buscar alternativas geográficas a algunos productos importantes que hoy proceden de allí. Sobre todo: gas, grano para piensos y aceite de girasol, además de un millón y medio de turistas de alto nivel adquisitivo.

Durante este año, conocemos ya dos impactos claros: sobre la inflación, agravando un problema que viene aconteciendo desde hace meses y sobre el crecimiento, ralentizando el ritmo de una recuperación pos pandémica que ya venía desacelerándose. Para España, los problemas serán mucho más microeconómicos que macroeconómicos, aunque a las empresas y sectores más perjudicados, pero, sobre todo, favoreciendo un pacto de rentas que impida tanto realimentar la inflación, como la desigualdad

Lo que está en juego

Estamos, sin embargo, ante un conflicto político, donde lo que está en juego es mucho más que la cuenta de resultados. Y, desde esa óptica, hay ya dos conclusiones que podemos extraer de esta guerra: en primer lugar, pone fin a la ideología que ha animado estas últimas décadas de globalización según la cual, generalizar los intercambios y las interrelaciones libres entre países y zonas era un instrumento eficaz para generalizar el bienestar suprimiendo los incentivos para nuevas confrontaciones bélicas. Esta perspectiva ideológica de la globalización, que (casi) todos hemos compartido, ya había sido erosionada fuertemente con la respuesta airada de los sufridores de la deslocalización y que explica el auge del populismo y la victoria de Trump.

La segunda conclusión es que la política, con toda su carga emocional, se ha vuelto a imponer a los intereses económicos privados, por más racionales que se presenten. El nuevo telón de acero que se levanta para aislar a Rusia, traza con nitidez la diferencia entre valores democráticos y dictaduras populistas que muchos han pretendido enmascarar bajo una supuesta mayor eficiencia de las últimas (China, por ejemplo). Esta vez, si occidente sufre algo más de inflación o algo menos de crecimiento, será en defensa de la libertad. Esa misma libertad por la que están peleando los ucranianos, como nos recordó el presidente Zelenski en su intervención por videoconferencia ante el Parlamento europeo.

Una última reflexión. Ucrania quiere formar parte de la Unión Europea. Esa misma unión que con demasiada frivolidad, criticamos los que ya pertenecemos a ella o de la que quieren sacarnos los partidos de extrema derecha. Ahora nos toca estar orgullosos: en pocos días, hemos dado un salto delante de una gran magnitud. De unidad y rapidez en la respuesta, así como de asunción de la mayoría de edad en asuntos de defensa (el cambio en Alemania ha sido definitivo en este aspecto). Tenemos que fortalecer nuestra alianza estratégica con EEUU. Pero no podemos seguir encargándoles a ellos que se ocupen de defender nuestros valores y bienestar, cuando algún Putin, interno o externo, lo amenace por la fuerza. En lo inmediato, volcarnos en la ayuda a los ucranianos. Pero siendo conscientes de que tenemos ante nosotros la oportunidad, como en toda crisis, de construir un mundo mejor. Amén.

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