Las encuestas son balsámicas, cuando no se dispone de ningún otro activo electoral. Pedro Sánchez continúa siendo el candidato bipartidista peor tratado por las urnas, de ahí que se refugie en las predicciones. Se ha visto obligado a adelantar los comicios, gobierna ayuno de apoyos externos, pierde sin precedentes en Andalucía y se ha desgajado de los suyos hasta el punto de que la heterodoxia socialista reside en la secretaría general. A cambio, el enfermo presenta unos pronósticos excelentes, reconocidos por unanimidad en las perspectivas de escaños publicadas en medios de tendencias dispares.

Sánchez solo puede empuñar un manojo de sondeos espléndidos, equivalentes al book del artista prometedor. Ha montado su indudable aspecto presidencial sobre una expectativa que ya vio cegada por dos veces. Es decir, cuenta incluso con el bagaje premonitorio de la doble derrota que precedió las llegadas al poder de González, Aznar y Rajoy. Solo el infravalorado Zapatero ganó a la primera y no perdió jamás.

La precampaña no deja espacio para la autocomplacencia, pero el afán notarial obliga a consignar que las encuestas no llevan a La Moncloa. A la misma distancia de las elecciones andaluzas que hoy separa de las generales, solo faltaba ajustar el reparto de cargos en la boda por poderes entre PSOE y Podemos. Las encuestas no se han visto perturbadas por el batacazo precedente, así que insisten machaconas en mayorías no absolutas para los socialistas. Andalucía obligaría a una corrección que rebajara las previsiones socialistas y disparara a Vox, por citar a los dos grandes protagonistas de las generales, pero se ha preferido la tabla rasa del cambio de ámbito.

Frente a los augures de la plácida victoria socialista, ni siquiera la aceptación ciega de los sondeos está libre de asperezas. Sánchez no ha mostrado una diligencia especial para desenredar el laberinto catalán heredado de Rajoy. De hecho, comparte la perspectiva de su predecesor respecto del fenómeno, y avaló sin temblores la aplicación del 155. Da por hecho que los independentistas se arrojarán en sus brazos para evitar la coalición de las derechas y ultraderechas. Sin embargo, el soberanismo puede calcular que los años de cárcel y refugios en el extranjero permiten un mejor tratamiento desde un abordaje radical del bando contrario. Se aplicaría el mismo criterio que dibuja a Vox como una creación diabólica alentada por el PSOE, para escindir a los conservadores.

Sánchez perdió su Gobierno en precario, una derrota que la eterna juventud de las encuestas pretende apantallar, precisamente por no obtener un pacto satisfactorio en las verdes praderas catalanas. Quienes presuponen la refundación automática de la alianza con los nacionalistas, tras unas elecciones de trámite, siguen sin contemplar ni una concesión a los diabólicos catalanes. Se trata de usufructuar sus votos con un gabinete compuesto íntegramente por socialistas, que extraerán de sus carteras ministeriales el memorial de agravios tradicional contra la Generalitat. El PSOE olvida que el maniqueísmo de policía bueno y policía malo funciona desde una posición dominante, pero no cuando los ases están en la mano o en la manga del presunto socio.

Los políticos se resisten a despertar a la cruda realidad, prefieren la ensoñación acogedora de las encuestas. Esta querencia demuestra la necesidad de las verdades indemostrables, seguidas como pautas de comportamiento y antes llamadas religiones. Los sondeos permiten concebir los comicios como una actividad profética. Ni siquiera requieren de la excusa pedestre de los institutos demoscópicos tras sus morrocotudos fracasos. A saber, que sus estudios miden el resultado en el momento en que se realizó el trabajo de campo. Es decir, las encuestas miden el resultado electoral en los días en que no se celebran unas elecciones.

Desde Dostoievski, el jugador ansía perder, por lo que se blinda contra las probabilidades. Los entusiastas de los sondeos prefieren suspender la incredulidad para imaginar que alguien ya sabe qué pasará el 28A, en vez de reclamar el protagonismo del voto. Antes de criticarlos, conviene repasar el espíritu con el que se afronta una novela. Sin dudar ni un segundo sobre su falsedad, y concediendo además al autor el poder absoluto de retorcer la trama y su desenlace.

La narración de los sondeos permite ceder la superioridad, descargarse de la responsabilidad aunque no tenga más valor que el ensayo previo a una función. Las encuestas electorales son golosas como una caja de herramientas, no solo en la obviedad de que se necesita saber manejarlas, también en el sentido de que contienen más datos de los necesarios. Vox, el gran simplificador, quiere imponerse solo con un martillo.