Se les viene llamando extrema derecha, para simplificar, y sus datos serán los más analizados tras las elecciones europeas de la próxima semana. Pero esa etiqueta, a menudo rechazada por las formaciones a las que se aplica, recubre un vasto conglomerado de partidos que van desde los neonazis griegos de Amanecer Dorado a sectores del conservadurismo británico de exquisitas credenciales democráticas. Así que sería más preciso calificarlos de ultranacionalistas eurófobos y precisar que sus filas bullen de ultraderechistas proclives a simpatizar con los fascismos históricos. Son unas pocas decenas de partidos, divididos en tres grupos en el saliente Parlamento Europeo (PE), a los que se les pronostica un espléndido resultado. Deberían alzarse, según los sondeos, con una gavilla del 20% al 30% de los 751 escaños en juego. Los suficientes para poner patas arriba el pacto entre conservadores y socialdemócratas que ha regido la Eurocámara desde 1979 y debilitar el funcionamiento de las instituciones comunitarias.

Las doctrinas eurófobas tienen un cuerpo común, el nacionalismo extremo, agitado como remedio contra los dos grandes males que, a su entender, se abaten sobre Europa: los inmigrantes no blancos, que deben ser rechazados, y las instituciones comunitarias, que cumple debilitar. Esta doble amenaza se enmarca en una tercera de mayor alcance, la globalización, que estaría orientalizando a Europa cultural y económicamente (islamización y dependencia de China). Frente a ella, los eurófobos preconizan xenofobia y proteccionismo. De este triángulo nuclear „articulado en un discurso populista que demoniza a las élites, pero sólo a las políticas, como enemigas de la nación„ cada partido cuelga sus particulares enseñas, derivadas de sus propias tradiciones nacionales. Como puede apreciarse, la eurofobia no es, pues, sino la manifestación local de un fenómeno reactivo global que en los últimos años ha alumbrado gobernantes como Trump, Bolsonaro o el indio Narendra Modi.

Las buenas expectativas de los eurófobos para los comicios que se celebrarán entre el jueves y el domingo próximos quedan reflejadas en las proyecciones que, a partir de una muestra de sondeos nacionales, ha venido haciendo el PE. La última, difundida el pasado 18 de abril, les otorga en torno al 23% de los escaños, más o menos los mismos que a los conservadores (PPE) y algo más que el 20% asignado a la socialdemocracia (S&D). Serían unos 173 escaños, que contrastan con los 56 de 2009, fecha en la que hicieron su entrada en el PE, o con los 108 de 2014, considerados ya un gran éxito.

Esta cosecha se basaría en resultados nacionales acordes con el alza de esos partidos en sus feudos en los últimos años, sobre todo tras la avalancha migratoria de 2015. Así, por solo citar algunos, la Liga del italiano Salvini parte como ganadora (31,4% del voto), al igual que el Fidesz de Orbán en Hungría (52%) o el gobernante PiS polaco (40,6%). En Francia, el RN de Le Pen sería segundo (21,2%), pisándole los talones a la lista de Macron (23%), al igual que lo serían los suecos de SD (14,3%). La extrema derecha austriaca del FPOE, que gobierna con los conservadores, quedaría tercera (23,5%), mientras que a los alemanes de AfD, primera fuerza opositora al Gobierno de coalición de Merkel con los socialdemócratas, se le atribuye el cuarto lugar (10,8%). Vox confirmaría su quinto puesto del 28-A (9,6%).

Conviene, eso sí, tener en cuenta que la proyección del PE cumple hoy un mes. Signo de esa vejez, augura el tercer lugar (13,5%) al británico Partido del Brexit, del veterano eurófobo Nigel Farage, el mismo porcentaje que a su antigua formación, el UKIP. Sin embargo, el descalabro conservador y laborista en las locales inglesas del 2 de mayo y el interminable laberinto en el que sigue enfangado el Brexit han propulsado a Farage hasta el 34%, en detrimento del UKIP, que cae al 4%. Un trasvase "útil" que no impide al conjunto eurófobo subir del 27% al 38%.

Vistas estas oscilaciones, no es de extrañar que el ultraderechista Steve Bannon, el hombre que hizo presidente a Trump, augure "un terremoto" electoral y eleve hasta el 33%-35% los escaños eurófobos. Bannon, que tras dejar la Casa Blanca a fines de 2017 abrió sucursal en Europa para impulsar la unidad de la ultraderecha, estuvo detrás del triunfo de Bolsonaro en Brasil, dio buenos consejos a Vox y se atribuye la paternidad del Gobierno populista italiano de coalición entre Salvini y el Movimiento 5 Estrellas (M5S). Tiene fama de dormir en los sofás y de mudarse poco, pero también tiene las ideas muy claras: "Hay algo que te enseñan tanto en el Ejército como en Goldman Sachs: consigue una minoría lo bastante sólida que sea inamovible". Lo dice en el documental "El gran manipulador" y se propone que Salvini lo logre.

El gran problema, en efecto, de los eurófobos es que viven en tal jaula de grillos que ni siquiera todos ellos lo son. Orbán o los polacos del PiS obtienen demasiado dinero comunitario para renegar de la UE. Tan solo pretenden que Bruselas no sea demasiado quisquillosa con las garantías democráticas y que el eje francoalemán dé paso a una nueva estructura rectora que incluya a Centroeuropa. Los fascistas Fratelli d'Italia tienen el poso europeísta que les legó Mussolini. Los liberales austriacos son xenófobos pero, a diferencia de Le Pen, no defienden el proteccionismo ni el intervencionismo estatal en la economía. Los polacos desconfían de Rusia. Los franceses hacen antesala en el Kremlin. Salvini cierra los puertos a los inmigrantes pero defiende un reparto por cuotas que levanta sarpullidos a Orbán. Y, además, todos quieren ser el gallo del corral.

No son de extrañar, pues, los tres grupos eurófobos de la Eurocámara saliente. En ECR (Conservadores y Reformistas Europeos) conviven los tories, el PiS polaco y los nacionalistas flamencos del N-VA. La Europa de la Libertad y la Democracia Directa (EFDD) alberga al UKIP, el M5S, los germanos de AfD o los suecos de DS. Y la Europa de las Naciones y la Libertad (ENF) amalgama a la ultraderecha austriaca, Le Pen y la Liga de Salvini. Ninguna de estas enumeraciones es exhaustiva. De ahí que, aconsejado por Bannon, Salvini lanzase en abril una iniciativa de reagrupación para que el eurófobo sea el mayor grupo. El resultado no fue malo, ya que se adhirieron Le Pen, los austriacos, la AfD, el Partido de los Finlandeses o el PP danés. Le falta Orbán, que junto al liguista es el gran faro del ultranacionalismo y está integrado en el PPE, aunque sancionado. Pero, sobre todo, le sobra el alejamiento de unos y otros en las últimas semanas.

El Brexit ha mostrado que la salida de la UE está sembrada de tachuelas. La voluntad dominante ahora mismo en los eurófobos es tener ese grupo fuerte para debilitar las instituciones desde dentro y, si no fuera posible, paralizarlas. Según las proyecciones de la Eurocámara, la vieja alianza PPE-S&D bajaría de 403 escaños a 329, con la mayoría absoluta en 376. Pero conservadores y socialdemócratas podrían recomponerla.