La enésima advertencia sobre el invierno demográfico que asola Galicia venía esta pasada semana desde Bruselas, que da por hecho que la comunidad seguirá perdiendo población y agravando el problema del envejecimiento al menos hasta 2050. Para entonces, según el anuario regional de la oficina estadística europea (Eurostat), habrá 77 mayores de 65 años por cada 100 residentes en edad de trabajar y únicamente Castilla y León y Asturias sufrirán una caída superior en el número de habitantes. Lo cierto es que nada de esto es nuevo. El desplome de población se remonta a 1981, cuando la autonomía registró su máximo del padrón -2,812 millones de personas- y solo logró revertir la tendencia en ejercicios excepcionales gracias a la llegada de emigrantes en los años previos al pinchazo de la economía. ¿Por qué entonces la demografía sí aparece ahora en la agenda política? Es otra de las consecuencias de la crisis.

En la letra pequeña de los presupuestos para 2016, la Xunta reconoce por primera vez que la comunidad arrastra una recuperación "más lenta" y un crecimiento "inferior al nacional" porque, entre otras razones, al consumo interno le falta fuelle. ¿Por? "La estructura poblacional gallega, más envejecida", subraya. Solo en gastos corrientes, los básicos como agua, luz o comunicaciones, el desembolso de un hogar compuesto por jóvenes supera en un 15% al de las familias de mayores de 65 años, según los datos del Instituto Galego de Estatística (IGE). A eso hay que añadir las diferentes pautas de compra y necesidades de inversión entre unos y otros. A partir de determinadas edades, la adquisición de vivienda o coche, por ejemplo, es anecdótica. Todo un hándicap en un territorio en el que la gente que pasa el umbral de la jubilación representa el 24% del total -frente al 18% del conjunto del Estado- y que tiene en el consumo privado el gran motor del Producto Interior Bruto (PIB): más del 60% de la riqueza depende del bolsillo del ciudadano.

El informe de Eurostat es contundente. A mediados de siglo, Galicia será la décima entre las 273 regiones comunitarias con mayor tasa de dependencia. Y eso, la pérdida de población y el desequilibrio demográfico, provoca tiranteces en las cuentas públicas -por el refuerzo del gasto en sanidad y políticas sociales-, el agravamiento del déficit de las pensiones por las menores cotizaciones sociales de los trabajadores, merma la competitividad y la mano de obra disponible y, por lo tanto, frena el crecimiento económico.

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El plan estratégico que el Gobierno gallego acaba de aprobar para encarrilar su gestión a las prioridades de la comunidad hasta 2020 tampoco disimula las consecuencias. "Nos abocamos -sostiene- a un país de escasa relevancia y actividad económica". Hoy la comunidad reúne al 5,9% de la población española. A comienzos del siglo XX, aquí residía el 10,6% del total. "A lo largo de ese siglo, Galicia experimentó diversos fenómenos demográficos que la llevaron a perder peso relativo y a intensificar las diferencias existentes con el resto de la población del Estado, acentuándose el proceso de envejecimiento que se estaba produciendo en toda Europa", explica el diagnóstico elaborado en San Caetano.

Hasta 1950, el número de habitantes aumentaba a "un ritmo espectacular" del 30%, "a pesar de la disminución de la fecundidad, de los grandes movimientos migratorios y de la guerra". Eso se acabó con la "intensa" salida al exterior de los gallegos en busca de oportunidades laborales en la segunda mitad del siglo, que adelgazó la franja de población en edad de trabajar, "lo que, unido a la disminución de las tasas de mortalidad", empieza a impulsar la parte alta de la pirámide demográfica. En los 70, con la gran crisis mundial del 73, Galicia vive el efecto contrario. Se reactiva el retorno de los que huyeron en los 50 hacia el continente americano y a destinos europeos en los 60. Pero la vuelta se nota especialmente en los mayores de 50 años. Ahí arranca el fenómeno del envejecimiento de Galicia, acelerado una vez que dejaron de notarse los efectos del baby boom de los 70 y 80 que encumbró el censo hasta esos 2,8 millones en 1981.

La transformación demográfica de España en la primera década del siglo XXI al calor de la bonanza económica, cuando se convirtió en un país netamente receptor de emigración, pasó de puntillas por Galicia. El alza en la llegada de extranjeros fue "más moderada" que en el resto del país. Aquí se pasó de 10.000 a 26.000 en el máximo de 2007. En el conjunto del país, el flujo se multiplicó por 10: de 100.000 a 1 millón. Luego estalló la crisis y en esa espiral por la que camina la historia Galicia y España vuelven a sufrir el fenómeno de las migraciones.

La "borrosidad estadística" por "la deficiente cobertura y escasa fiabilidad" acerca del éxodo, sobre todo de jóvenes, en los últimos años "sigue alimentando la controversia dentro y fuera de España", apuntan Andreu Domingo y Amand Blanes, del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad Autónoma de Barcelona, en el arranque de un monográfico sobre emigraciones publicado recientemente por la Fundación de Cajas de Ahorros (Funcas). Datos al servicio de la estrategia política, "entre aquellos que pretenden minimizar el discurso de la crisis económica confundiéndola con "nuevas movilidades" relacionadas con la sociedad de la información" y "aquellos que ven en esos flujos, pura y simplemente, una expulsión producto de la aplicación de medidas neoliberales a la economía española". De hecho, es una de las armas arrojadizas de esta campaña electoral en Galicia con esos dos mensajes diferentes por parte de los populares y el resto de los partidos.

Al primer caso pertenecen referencias como el de la secretaria general de Inmigración y Emigración, Marina del Corral, que apeló "al impulso aventurero" de la juventud española en 2012 durante la presentación de un análisis sobre la emigración de profesionales cualificados; o el término "movilidad exterior" del que echó mano la ministra de Trabajo, Fátima Báñez, en 2013 en la puesta de largo de la estrategia de emprendimiento y empleo joven. De otro lado, como recuerda el informe de Funcas, los calificativos de "expatriado" o "exilio económico" que emplea la Marea Granate, fundada en 2013 por jóvenes emigrados para reclamar sus derechos en las elecciones y la atención sanitaria exterior. Los expertos concluyen que la identificación en exclusiva de las migraciones actuales como algo únicamente que pasa entre los jóvenes de alto nivel de cualificación "olvida otras expulsiones" e "impone a priori una categorización que, de hecho, confunde más que ayuda a comprender unos movimientos que solo al final de las trayectorias vitales va a cobrar sentido".

La vuelta de inmigrantes a sus respectivos países sigue siendo mayoritaria y entre los autóctonos, "aunque menos numerosa, se dan las de los emigrantes españoles reemigrados de mayor edad o las emigraciones de españoles de arrastre, menores y cónyuges seguramente asociados a la emigración del siglo XXI". Incluso en el grupo de menor edad y mejor formación habría que diferenciar los que se van porque quieren "para completar su formación independientemente de la crisis o no" de aquellos desplazamientos formados "por la ausencia de oportunidades de trabajo".

A pesar de que los autores instan a disponer de más datos y mejores para poder ir al fondo de la situación, el estudio deja algunos detalles muy importantes para entender el impacto del fenómeno en Galicia y sus consecuencias a largo plazo. Es la comunidad con números más discretos en el total de salidas -359 por cada 100.000 habitantes entre 2009 y 2014- pero se sitúa a la cabeza entre las emigraciones de personas nacidas aquí, solo por detrás de Madrid. La explicación podría estar en los antiguos emigrantes y sus descendientes que volvieron a la comunidad antes de la doble recesión y que ahora vuelven a salir por el panorama económico. De ahí también que la marcha de personas de más de 65 años sea "significativamente más elevada" en Galicia. Eso sí. La tasa de emigración de jóvenes no es precisamente baja. La cuarta más cuantiosa del país. Unas 173 salidas por cada 100.000 residentes protagonizadas por gallegos entre 20 y 39 años. Entre los gallegos que regresan del extranjero, el 77,2% elige su comunidad de origen. Pero los jóvenes "no vuelven en la misma proporción observada para el total de edades". Mientras que el retorno a Galicia en los de 20 a 39 años ronda el 70% -cinco puntos menos que la media-, en los de 40 a 64 años roza el 80%. Como sucedió en los 70. Vuelven los más mayores.

Según la última actualización del Padrón municipal de habitantes, en Galicia viven 655.907 mayores de 65 años. Un 9,6% más que en 2007, el último año de vacas gordas. El colectivo representa el 24% de la población gallega. Los ciudadanos de 20 a 34 años suman 441.961. Un 26% menos que hace siete año. La comunidad ha perdido más de una cuarta parte de sus jóvenes en esa mezcla explosiva de nueva emigración y bajísima natalidad, en la que también influye la situación económica.

En 2008, el número de hijos por mujer en Galicia se situó en 1,12. En 2014, las últimas cifras oficiales disponibles, en 1,07. La media nacional es de 1,32. Solo Canarias (1,04) y Asturias (0,99) soportan un peor indicador coyuntural de fecundidad. Los nacimientos alcanzaron el pasado ejercicio el mínimo desde 2002. Fueron 19.346. La mitad de los alumbramientos de los años 70. También hubo récord de fallecimientos en 2015, por encima de los 31.408. Pero aún así, el saldo vegetativo -en negativo, sin treguas, desde 1988 en la comunidad- fue el peor de la historia: murieron 12.000 personas más de las que vinieron al mundo en Galicia. Y todo esto a pesar de las deducciones fiscales recogidas entre las medidas para revitalizar la demografía que la Xunta estrenó en 2013, con 56 millones de euros de ahorro en impuestos para las familias que se lanzaran a tener un hijo.

El mismo plan estratégico 2015-2020 que alerta de los enormes desequilibrios de la pirámide de población gallega tiene como remedio estrella para combatirlo la apertura de puertas a los inmigrantes. Actualmente hay 19.700 mujeres de 32 años, la edad media a la que se tienen hijos en la comunidad. Dentro de quince años caerán a 10.155. "Se precisan flujos migratorios muy voluminosos, crecientes y por tiempo indefinido", esgrime el documento. ¿En qué volúmenes? Los expertos del Ejecutivo autonómico hablan nada más y nada menos que de cerca de 20.000 extranjeros, cifras similares a las contabilizadas en 2007 y cuatro veces más de los que vienen ahora. A esa misma teoría apuntaba ya hace un par de años el Foro Económico de Galicia, que ve "más urgente" fijar población y atraer emigrantes que los esfuerzos en aumentar la natalidad. Sus datos coinciden con los que luego señaló el plan estratégico de la Xunta: una inmigración anual de 20.000 mujeres para, por lo menos, mantener los nacimientos.

Pero en la refriega electoral de esta semana y media que va ya de campaña para el 25 de septiembre nadie ha hablado de revitalizar la población gallega con emigrantes. Todos los partidos prometen un refuerzo en la atención a los mayores y actuaciones de respaldo a la infancia y la juventud. El PP se compromete a sacar una ley centrada en el impulso demográfico con "un gran pacto político y social". El PSdeG sí menciona expresamente en su programa "fomentar" la emigración, lo que implica "una demanda al alza de mano de obra". En Marea incide en eliminar todas las "penalizaciones" que sufren las mujeres en sus trabajos para poder ser madres. El BNG recoge un "plan retorno" para los jóvenes gallegos y la necesidad de incrementar la acogida a refugiados. Ciudadanos se une a crear una norma "de ayuda al crecimiento demográfico y la familia".