La llama no estaba tan viva como creían. O en realidad, ya no había llama y no supieron volver a prenderla. Los augurios no eran favorables a Galicia en Común-Podemos--Esquerda Unida-Anova Mareas, pero tampoco permitían predecir que la formación acabaría borrada del mapa parlamentario gallego después de irrumpir en él para trastocar las mayorías. Ellos, con Antón Gómez-Reino a la cabeza, también se reconocían ayer sorprendidos de que el electorado gallego le haya dado la vuelta al mapa político para volver al esquema clásico en el que solo se veían las caras tres formaciones.

El mensaje de Galicia en Común no prendió en el electorado. Ni siquiera el mostrar músculo en el Gobierno estatal, con la presencia de Pablo Iglesias, Alberto Garzón o la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que jugaba en casa, consiguió avivar los rescoldos de este fuego antaño vivo.

A pesar de los continuos llamamientos de Gómez-Reino, que hasta ahora había capitalizado su experiencia política en Madrid, a la movilización del voto progresista para propiciar la caída de Feijóo del Gobierno gallego, su mensaje no encontró eco en la sociedad.

Los continuos conflictos y escisiones han provocado que el partido que pudo reinar, que apelaba al espíritu de Nunca Máis y del Hai que botalos para animar a una movilización histórica que, entonces sí, consiguió llevarse por delante el Gobierno dirigido por Manuel Fraga, se quede a las puertas del Parlamento.

Solo en las provincias atlánticas, las mismas en las que aseguraba disputar sus escaños al PP, se acercó Galicia en Común al 5% que tiene la llave de la Cámara gallega, pero se quedó en el exterior. Más lejos, mucho más, con un 0,2% de los sufragios, se quedó Marea Galeguista, otra pata del malogrado proyecto del partido instrumental de En Marea.

En el caso de la coalición dirigida por Pancho Casal, que había decidido no presentarse en abril, pero lo reconsideró a la segunda, los sufragios se quedaron por detrás de formaciones como Ciudadanos o Pacma.