La corrupción estaba en el guión previsible del cara a cara televisivo de anoche entre el presidente Mariano Rajoy y el jefe de la oposición Pedro Sánchez. Lo que rompió con lo predecible en el debate que muchos anunciaron como el del fin del bipartidismo fue el ataque directo con el Sánchez sacó a Rajoy de la cómoda posición con que venía librando el debate al afirmar que "si sigue siendo presidente, el coste para la democracia será enorme. El presidente tiene que ser una persona decente y usted no lo es". Fue probablemente un golpe de efecto calculado pero sorprendió de lleno al líder del PP, que respondió con una defensa de su honradez personal y le reprochó a la cabeza visible del PSOE su actitud "ruin, mezquina y deleznable".

Ese fue el momento de inflexión de un debate que hasta entonces se había desarrollado por los mismos cauces previsibles de la campaña electoral. Previsible incluso en la indumentaria, con un Sánchez con corbata roja, la de Rajoy de un leve azul, separados ambos por casi dos metros de una sólida mesa en vivo contraste con la escenografía etérea de otros debates que se han visto en estos días de ebullición política.

Antes de la estocada de Sánchez, los debatientes abusaban de la cifras, del recitado de programa y de los cruces de maldades menores. La recuperación económica de un país recogido en la ruina, de "una reforma laboral magnífica que comienza a dar sus frutos", fueron los argumentos reiterados del presidente del Gobierno, y aspirante a revalidar el cargo, frente a un opositor que trataba de que hacerle reconocer públicamente que en estos años España ha sufrido un rescate económico en forma de ayuda a la banca, "25.000 millones que pagarán los ciudadanos", y personalizó varias veces en Rodrigo Rato las malas praxis que llevaron al desastre de la banca rescatada.

Sánchez quiso poner sobre la mesa la reforma del aborto del PP, pero lo hizo en unos términos tan confusos que Rajoy le reprochó "una afirmación terrorífica" sobre que había recortado el derecho de las mujeres a ser madres y le pidió una aclaración de forma insistente, algo que el socialista eludió. Ya en la segunda parte, cuando el moderador Manuel Campo Vidal. propuso hablar sobre la reforma de la Constitución, la de Rajoy fue la respuesta conocida: disposición a cambios constitucionales con el máximo consenso y con objetivos muy concretos, con líneas rojas como la unidad y la soberanía nacional.

Sánchez, como ya había intentado en otras ocasiones para llevar el debate al terreno resbaladizo de la corrupción, rompió el guión y entró a saco en el caso Bárcenas. Primero dijo que tendría que haber dimitido al conocerse el mensaje telefónico de ánimo al antiguo tesorero del PP ("Luis sé fuerte") y terminó con la frase que embroncó el debate: "Si sigue siendo el presidente el coste para la democracia será enorme. El presidente tiene que ser una persona decente y usted no lo es". "Hasta aquí hemos llegado", replicó Rajoy antes de lanzarse a una defensa de su honradez personal y de reprochar a su contendiente que no hubiera presentado una moción de censura para sacarlo del Gobierno.

Rajoy atribuyó a la "pérdida de electores", le advirtió que cualquiera puede recuperarse de una derrota electoral pero "de lo que se recupera uno es de una afirmación ruin, mezquina y deleznable" contra su persona.

Y los tres calificativos se convirtieron durante bastante minutos en una letanía en boca del jefe del Ejecutivo, que se autoproclamó "político limpio y decente" mientras que Sánchez volvía a la andadas: "No es un presidente libre, está atado por los papeles de Bárcenas".