Cara y cruz. De la etapa más oscura del club a la más resplandeciente. Las penurias de los 80 dieron paso al boato de los 90, pero para disfrutar de los segundo hubo antes que sufrir la dolorosa travesía por el desierto que supuso militar de manera prácticamente ininterrumpida en Segunda.

La década de los 80 representa precisamente eso para el Deportivo: la etapa gris de su historia reciente. A las decepciones deportivas se sumó la grave crisis institucional derivada de una prolongadísima etapa en Segunda División trufada de decepciones que tuvieron su inicio en el descenso a Segunda B en la temporada 1980-81.

Fue el peor inicio posible para un equipo que lograría renacer y rozar el regreso a Primera División dos temporadas después (1982-83) liderado en el ataque por José Manuel Traba, todavía máximo goleador histórico del club. Aquel frustrado ascenso ante el Rayo Vallecano, sin embargo, marcaría la década y a aquel grupo de jugadores. Solo necesitaban un empate en Riazor y perdieron.

"El mazazo fue tremendo", recuerda el histórico delantero deportivista. "Estuve dos o tres días con el teléfono de casa descolgado, no tenía ganas de hablar con nadie. Te da una impotencia y un disgusto tremendo. Se te viene todo abajo", reconoce.

La amargura era todavía mayor por el conjunto que había conseguido armar el Deportivo. A Traba se sumaba José Luis Vara en el ataque „al final máximo goleador de la categoría„ y hombres como Piña, Ballesta, Peralta y Vicente Celeiro. "A cualquier aficionado que le preguntes te dirá que jugábamos muy bien al fútbol. No bajábamos de tres o cuatro goles cuando jugábamos en casa. Vino la desgracia de aquella derrota, pero el fútbol tiene estas cosas", lamenta.

Habría que esperar ocho años para que la herida cicatrizara por completo. El ascenso ante el Murcia en la temporada 1990-91 devolvió al equipo a la Primera División después de 18 años en Segunda. Fue una liberación, pero casi nadie imaginaba lo que estaba por venir. "Nadie de aquella de época pensó realmente lo que iba a ocurrir. Ni el socio más antiguo del club ni los que iban todos los partidos a Riazor ni ningún vecino de ciudad se podía imaginar que iba a llegar a donde llegó", reflexiona Traba.

José Manuel Traba, en Riazor.

Porque la década de los noventa alumbró al Deportivo más exitoso de la historia del club, un conjunto que desafió el orden establecido mediante una epopeya ahora prácticamente irrepetible. La gloria del Superdépor fue la de un grupo de jugadores que unió su nombre para siempre a aquella hazaña. Algunos estuvieron prácticamente desde el germen, testigos y a la vez protagonistas privilegiados de aquel episodio único.

Javier Manjarín (Gijón, 1969) recaló en A Coruña en el verano de 1993, inmediatamente después de que aquel equipo que dos años antes militaba en Segunda División comenzara a cuestionar el orden establecido. Y lo hizo pese a que sobre la mesa tenía propuestas de prestigio.

"Mi llegada fue un poco turbulenta porque se hablaba de que tenía posibilidades de ir al Barcelona", recuerda el asturiano sobre su fichaje por el Deportivo. En aquel entonces, el Barcelona tenía un convenio con el club rojiblanco para incorporar a sus jugadores de mayor proyección. Manjarín, campeón olímpico en Barcelona 92 con la selección, ocupaba un lugar privilegiado en la agenda del conjunto de Johan Cruyff.

El prometedor delantero, sin embargo, escogería una opción más arriesgada en lo deportivo, pero que le garantizaba el protagonismo que buscaba tras decidir marcharse de Gijón. "Al principio me sorprendió la llamada del Dépor, pero cuando me explicaron el proyecto no lo dudé", admite; "lo que estaba claro es que necesitaba un cambio y que tenía que marcharme del Sporting". "Yo tenía muchísima ilusión, había vivido muchos años en Gijón, pero necesitaba un cambio y no irme al Barcelona. Lo veía como oportunidad de seguir creciendo, de conseguir cosas importantes y en algún momento ir a la selección", rememora sobre aquella época.

En A Coruña se encontró con todo lo que buscaba, un equipo con "hechuras" y un proyecto para "crecer". Pero sobre todo coincidió con un entrenador que le facilitó la adaptación a un equipo que eclosionaría en el Superdépor. "Guardo muy buen recuerdo de Arsenio, me dio toda la confianza del mundo. Yo que vine con 23 años y me intentó ayudar en todo lo que pudo. Viví muy buenos recuerdos con él", subraya.

Aquella primera temporada, sin embargo, se clausuraría de la manera más amarga. El penalti de Djukic recuperaría un catastrofismo atávico que parecía superado, pero que no se enterró definitivamente hasta la final de Copa de la temporada siguiente. Ese título resuelto en doble acto le reservaría el protagonismo de marcar un gol guardado en la memoria colectiva del deportivismo, igual que el que marcó al Aston Villa en la Copa de la UEFA. "Me quedo con todos los buenos momentos que pude vivir aquí. Fueron aquellos partidos en que pude marcar los que más se recuerdan, pero me quedo con todos los buenos momentos", insiste.

Manjarín dejaría el equipo en el verano anterior a la conquista de la Liga, pero esa conquista la vivió como un deportivista más que después echaría raíces en A Coruña. "La historia nos debía una después de lo que había pasado", apunta acerca de aquel título.