Contemplaba la destreza de mi amigo Manolo, pescadero del mercado de Elviña, mientras procedía a descamar una espléndida merluza (calculo que de cerca de tres kilogramos), eviscerarla y trocearla al gusto del cliente. Y mientras lo miraba y charlábamos del resultado de las elecciones catalanas y su impacto en las próximas generales, imaginaba un mundo cubierto de escamas de distintos pescados de los caladeros comunitarios o de nuestra mínima plataforma. Escamas que, claramente, habría retirado de esas especies tanto Manolo como su esposa Sonia, pescadera asimismo y ambos en el mismo puesto del citado mercado.

¿Cuántas merluzas habrán descamado Sonia, Manolo y sus ayudantes en los últimos quince años? ¿Cuántos lectores de LA OPINIÓN A CORUÑA habrán ojeado sus páginas en estos quinceaños de vida del periódico? ¿Cuántas merluzas se podrán descamar en los puestos de los mercados coruñeses en los próximos quince años si, al paso que vamos, los TAC y cuotas impuestos o a imponer por la UE siguen los mismos derroteros actuales?

Hace 180 meses, la Galicia marinera todavía hablaba con tristeza de "la flota de los 300", que era el mítico número de barcos con base en puertos gallegos „mayoritariamente en A Coruña„ que faenaban en aguas de Gran Sol. También se hablaba, con un trasfondo de cabreo, del box irlandés, del que definitivamente nos echaron los comunitarios porque nunca nos dejaron seguir pescando allí. Como tampoco en otros lugares.

Ahora se habla, fundamentalmente, del principio de estabilidad relativa (¡qué cursilería, coño!) y de TAC y cuotas, de la inutilidad de los planteamientos de los armadores y tripulantes de la flota coruñesa para recuperar la flota perdida, entregada sin batalla al oxicorte por obra y gracia de los recortes de cuotas y el beneficio seguro de las indemnizaciones por desguace. Se habla de lo grande que es el puerto pesquero, y todo porque ya no hay barcos en él sino chatarra acumulada en los muelles. Hasta las gaviotas, carroñeras ya donde las haya, parecen seres extraños, okupas de barcos que fueron y que ahora se han convertido en fantasmas de sueños mal avenidos.

¿Cómo será la A Coruña marinera, la Galicia de mar y viento cuando, dentro de otros quince años, este diario que nos une porque entrelaza sentimientos cumpla sus primeros 30 de vida?

Seguro que alguien recordará aquella ciudad que olía a escamas desde Cuatro Caminos a Os Castros, con epicentro oloroso en

A Palloza , y los viejos troles recogiendo pescantinas en la parada de Primo de Rivera (cabe suponer que para entonces ya se habrá cambiado el nombre a esta avenida) que escandalizaban con sus risas y comentarios la mañana tranquila de una población todavía medio dormida y que soñaba con churros y un café caliente.

En 2030 „uno ya no firmará sus crónicas, supongo„ el diario

LA OPINIÓN A CORUÑA seguirá reflejando la actualidad del mar en sus páginas. Intuyo que no hablará de desguace de barcos, porque estos ya se habrán ido, todos y cada uno, a la chatarrería. Los marineros se habrán convertido en contramaestres de muralla y pasearán su nostalgia, siempre de lejos porque la ciudad se cerrará al mar, por una veramar de muchos metros de distancia al mar que se adivina tras los edificios que, como torreones, los empresarios del ladrillo seguirán construyendo mientras ganan metros a un mar que un día devorará parte de la ciudad por culpa del cambio climático.

Se habrá acabado el chiqueteo en los bares que siempre han sido „y todavía son„ territorio comanche, es decir, muelles en los que recalan todos los que un día han llevado la escama en la bocamanga, como mi amigo Manolo lleva las de la merluza que limpia y trocea a gusto del cliente en su puesto del mercado de Elviña para mayor gloria de la cocina tradicional de una Galicia a la que, a grandes trancos, la UE le está retirando sus señas de identidad como pueblo marinero con flota artesanal (¿les suena?), flota de altura y gran altura.

No es la crónica de una muerte anunciada. Quiere ser esta la nota a pie de página de quien, amando y respetando la mar y su gente, ha querido brindar por los primeros quince años de vida de este periódico que nos une diariamente y derramar una nostálgica lágrima por un país que fue pesquero y que, imagino, no sería de mi agrado sin barcos de pesca, sin marineros, sin armadores de fuste en 2030.

Sea como fuere, brindo por el futuro. Que sea leve.