A Coruña tiene un importante desafío futuro en lo que a transporte y movilidad se refiere y no es otro que matar al que ha sido el protagonista de la ciudad durante las últimas décadas: el coche. Barrios como el Agra do Orzán, cuyos cimientos se comenzaron a construir en la década de los 60, son un ejemplo paradigmático de una concepción de ciudad irracional, pensada para el vehículo privado y en la que tanto el peatón como el transporte público quedaron relegados a posiciones marginales. La llegada de la democracia y, con ella, de los tiempos del vazquismo no hicieron más que incidir en esta tendencia, convirtiendo el subsuelo de A Coruña en un queso gruyere repleto de aparcamientos subterráneos, indispensables para poder mantener los densos flujos de automóviles hasta el centro de la ciudad.

La modernidad en pleno siglo XXI no debiera entenderse como el uso de palabros en inglés para dar un aire chic a los gestores de lo público sino por políticas que, siguiendo con el ejemplo de muchas ciudades europeas, apuesten por una movilidad sostenible que potencie el transporte público, más eficiente y menos contaminante que el privado. Por ello hace falta replantear los recorridos y rutas del autobús urbano en una ciudad que se ha transformado espectacularmente en los últimos años y sentar las bases de un futuro metro ligero en lugar de invertir millones de euros en tranvías turísticos con vocación de obra faraónica que, más allá de su nada funcional ruta, solo representan un agujero negro de dinero para el contribuyente.

El convenio con la Compañía de Tranvías también está llamado a ser objeto de revisión. En tiempos de austeridad, no es concebible que una empresa concesionaria engrose su cuenta de resultados con millones de euros financiados en buena parte por las subvenciones municipales. El margen de beneficios de la empresa es lo suficientemente alto como para que Tranvías pueda asumir buena parte de los descuentos que se hacen con la Tarjeta Millenium o los bonos especiales de parados o jubilados. Un bonobús, por cierto, que en 2013 ocupaba la quinta posición en el ranking de los bonos más caros de las capitales de provincia españolas. No será porque el sueldo de los coruñeses se encuentre a la misma altura.

Pero si algo tampoco debe olvidar la movilidad de la ciudad del futuro es la bicicleta. Pese a ciertos avances „se ha creado alguna vía exclusiva para ciclistas y se ha habilitado un exitoso sistema municipal de préstamo de bicicletas„, de nada vale fomentar el uso del transporte a pedales mientras suponga una actividad de riesgo extremo entre tanto torrente de coches. Los carriles exclusivos deben comenzar a verse con más frecuencia en las grandes avenidas, en lugar de limitarse a sendas de recreo, y la conversión de ciertos barrios en Zonas 30, como ya se ha hecho en la Sagrada Familia, debiera extenderse por toda la ciudad.

A Coruña no podría entenderse hoy en día sin su área metropolitana, casi integrada en su maraña urbana como un barrio más. Es hora ya de sacar del cajón de los sueños aquella ambiciosa propuesta de metro ligero y crear un sistema de estaciones intermodales bien coordinadas que hagan del transporte público una opción elegida por su confortabilidad frente al coche y no solo por ser la única alternativa de quien no dispone de vehículo privado. Para encontrar el cómo no hace falta irse muy lejos. Solo hay que mirar a Europa y llegar a un consenso que trascienda las entradas y salidas de Gobiernos cada cuatro años.