Nuestras niñas chinas

Dos mujeres con dos niñas chinas adoptadas. / reuters
Me tropecé, querida Laila, con una iniciativa sencilla y diminuta como un brote. Se trata de la pequeña asociación de un grupo de madres y padres gallegos que tienen en común el haber adoptado niñas o niños chinos. Se organizan para que sus hijos no tengan que renunciar a su cultura de origen y para facilitarles, en consecuencia, el acceso a la lengua y cultura chinas, buscando así un mayor enriquecimiento de nuestros niños chinos, que ya no son pocos.
La niña llegó a casa y, con el aire de contar una gran novedad, dijo a su madre: "Mamá, las niñas me han dicho que en el colegio hay una niña china". La madre pensó: "¡Vaya!, otra adoptada". La realidad era que las niñas se referían a su propia hija.
Inevitablemente la peculiaridad de estos niños será detectada de inmediato y a continuación percibida por los propios adoptados, nada más comenzar su proceso de socialización. Conscientes de ello, este grupo de padres han decidido agruparse para conseguir que la singularidad de sus hijas, (porque son niñas en su inmensa mayoría), sea percibida por ellas y vista por los demás como un valor, como una cualidad hermosa y cargada de sentido. Como una oportunidad más para su desarrollo personal. Para ello tratan de arropar la peculiaridad de sus niñas, rescatando para ellas la enorme herencia histórica y cultural a la que tienen derecho por su origen, mezclándola con los valores y la historia de la sociedad en que van a vivir, en virtud de su adopción.
Sólo por esto, querida, creo que esta iniciativa vale la pena pero es que, además, el esfuerzo ha de contabilizarse en la columna de todas las impagables aportaciones que, desde la llamada sociedad civil, surgen para fortalecer los caminos de la convivencia, asumiendo todas las singularidades y diferencias que enriquecen a la humanidad. Se han roto aquellas "angustias de lugar", propias de los pueblos que vivieron aislados, y hoy es afortunadamente inevitable que, incluso pueblos tan lejanos como Galicia y la China, estemos destinados a vivir juntos, no ocasionalmente, sino todos los días de cada vida. Este es un signo de nuestro tiempo, que hemos de vivir y de gestionar como un hecho feliz y esperanzador.
Como es natural, a estas iniciativas, por responder a necesidades inmediatas, llega antes la sociedad que las instituciones, e incluso es bueno que así sea. Pero malo sería que las administraciones fuesen incapaces de responder, cuando llega su turno, a estas demandas, porque tendríamos la muestra evidente de su fracaso y escasa utilidad. Los medios públicos, en la medida necesaria, han de ponerse al servicio de este tipo de iniciativas porque fortalecen y urden lo mejor de nuestro tejido social de convivencia y porque pueden ser un activo de conocimiento colectivo, nada desdeñable para poder movernos mejor los gallegos en un mundo global e intercomunicado.
Los promotores de esta idea, querida, han puesto a su asociación el nombre de Qu Yuan, un reformador, pensador y poeta chino, que nació hace 3.350 años en la provincia de Hubei y que es una referencia histórica de honorabilidad, sabiduría y compromiso con su pueblo. Se llama Asociación educativo cultural Qu Yuan para a promoción da lingua e a cultura chinesa (ACEQU). Puedes verla en www.acequyuan.com.
Percibí la idea, amiga mía, como un brote, tierno y frágil, que busca el rayo de sol para sobrevivir, en medio de la espesura del bosque, lleno de árboles gigantescos, que son las grandes iniciativas y proyectos que tratan de responder a los grandes problemas. Sin embargo, amiga mía, son los brotes minúsculos, de aparente levedad, los que están dotados con toda la fuerza de la vida, que garantiza la supervivencia del bosque.
Un beso.
Andrés
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