Más esperanza que alivio

Aurelia Lombao

Obama ha despertado un estado general de esperanza en todo el mundo. Analistas de todos los pelajes se hacen eco de esa ilusión generalizada y desean buena suerte al líder, que anuncia el gran cambio de la dignidad de la política y la ruptura con un paradigma visiblemente precursor de la catástrofe.

Pero, al mismo tiempo, esos mismos analistas expresan cautelas y siembran dudas sobre la posibilidad de que el sueño se cumpla. En primer lugar, por lo inmenso de la tarea que Obama propone: la reforma del mercado, embridándolo desde la política, para librarlo del fraude y de la especulación y dirigirlo a superar la crisis, con el objetivo central de generar el bienestar social en su país; la adscripción a una estrategia multilateral de diálogo y búsqueda del acuerdo entre las naciones, a la hora de intervenir en la política mundial, ateniéndose a las reglas y a las instituciones internacionales en la guerra y en la paz; o la implicación decidida en políticas y estrategias dirigidas a garantizar la conservación y supervivencia del planeta. En segundo lugar, ponen en solfa la esperanza por el poder de los intereses contrarios a vencer, tan vigentes hasta el momento, y por la envergadura de los adversarios que se resistirán ferozmente, amparados en las trincheras de todos los fundamentalismos. Y en tercer lugar, quizá, porque el sueño es demasiado bello y los analistas tratan de no confundir la utopía con la quimera, ya que les resulta de muy mal tono quedar como ingenuos. Prefieren, por lo tanto, ponerse la venda antes de la herida y rebajar los decibelios de su instintivo grito de esperanza.

Por otra parte, existe también el fundado temor a caer de nuevo enredados en los hilos sutiles de la propaganda, que siempre nos envuelve y enmaraña corrompiendo lo mejor de nuestros sentimientos y aspiraciones para, al final, hacer mas descarada la estafa y más cruel la burla.

Es muy posible, pues, que no pase mucho tiempo y nuestra ilusión pierda brillo, nuestra esperanza peso y tengamos que recurrir, por supervivencia, a aplazar de nuevo la utopía, pero hay algo conseguido: si, por desgracia, Obama no puede ser la esperanza, seguro que sí es un alivio. Un gran alivio, que no es poco.

alombao@terra.es

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