crónicas galantes
Todo el mundo es gallego
Ánxel Vence
A esas dos ciudades de Ultramar acudirán por las mismas fechas el presidente socialdemócrata de la Xunta, Emilio Pérez Touriño, y el jefe de la mayoritaria oposición conservadora, Alberto Núñez Feijóo, unidos ambos por el empeño de pescar votos en el añoso caladero de los emigrantes. Lo mismo que, con leve variación de caras, ocurre cada cuatro años.
Puede que en otras partes de la Península sorprenda el vasto alcance territorial de unas elecciones como las gallegas que, pese a su modesto carácter autonómico, se desenvuelven a caballo de dos continentes. Aquí, sin embargo, esos viajes transoceánicos inaugurados en su día por el monarca don Manuel con sus zapatones de siete leguas ya dejaron de ser noticia hace tiempo.
Es natural. Si Europa termina -o terminaba- en los Pirineos, no resulta menos verdad que Galicia dilata sus fronteras más allá del Atlántico hasta derramarse por los inmensos bulevares de Buenos Aires, por las calles de Montevideo, por Caracas, por México y casi cualquier otro lugar de Latinoamérica.
Prueba de ello es que todos los españoles pasan a ser "gallegos" al otro lado de la mar océana, por más que el acento de algunos de ellos delate su procedencia de Jerez de la Frontera o de Vilanova i la Geltrú. Al menos en las antiguas colonias de Ultramar, bien puede afirmarse que todo el mundo es gallego, aunque no siempre nos apliquen cariñosamente el gentilicio.
También podría decirse que Galicia es -literalmente- un mundo que se extiende por los cinco continentes hasta el punto de abarcar desde un bar de Sidney con pulpo y cocido en la carta hasta un Centro Gallego en la remota Patagonia austral. Y por si ello fuera poco, este es un reino que se prolonga también por vía náutica en los siete mares del planeta donde faenan miles de marineros galaicos bajo las más diversas banderas de conveniencia. Algunos, incluso bajo la española.
Parece de lo más natural, por tanto, que los políticos con ambiciones de mando sobre la vieja tribu de Breogán viajen a la Galicia del otro lado del Atlántico para buscar votos como si estuviesen en casa. De hecho lo están y eso explica que los mítines puedan celebrarse indistintamente en Santiago de Compostela o en Santiago de Chile; en Coruña o en Montevideo; y tanto da si en Vigo o en Buenos Aires. A fin de cuentas, la nación es, en la segunda acepción del diccionario de la Real Academia, una "comunidad de personas con los mismos usos, particularmente el mismo idioma, que por alguna razón histórica ocupa un territorio dividido entre varios países". Cualquiera diría que los académicos estaban pensando en Galicia al formular esta definición.
Tamaña dispersión de los votantes por decenas de países suscita, como es natural, copiosos problemas y alguna que otra paradoja. Sorprende por ejemplo que los gallegos censados en Madrid, Barcelona o cualquier otra parte de España no puedan votar en las elecciones autonómicas de su país y en cambio sí disfruten de ese derecho los emigrantes en el extranjero que a menudo sólo conservan en la retina la imagen de la ya desaparecida Galicia de hace medio siglo.
No parece probable que así ocurra, pero en el caso de que los idus electorales de marzo deparasen un empate técnico como el que se registró en los anteriores comicios de 2005, serían los emigrantes quienes decidiesen el Gobierno de Galicia. Así se entiende que la campaña de pesca para las próximas autonómicas empiece en los caladeros de Ultramar y que la autoridad competente pretenda que los electores del éxodo voten sin necesidad de identificarse. Los gallegos somos un mundo de raros.
anxel@arrakis.es
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