Que las cosas no iban bien ni dentro ni fuera del bipartito, era algo imposible de ocultar hace ya meses, cuando se produjo el último de los choques entre los socios. El caso Muxía -la denuncia de la actuación de una agente electoral del PSOE en Argentina, pagada la tarea con fondos públicos de la Consellería de Traballo que dirigía el entonces secretario de Organización socialista Ricardo Varela- produjo indignación en el Bloque, cuyo portavoz parlamentario Carlos Aymerich no ahorró fuertes epítetos de condena.

Algo más tarde, en un Consello de la Xunta, el enfrentamiento se produjo entre Pérez Touriño y Anxo Quintana, fue sonoro, y evidenció que las cosas alcanzaban su límite de tolerancia. Por eso -probablemente--poco después, y tras una reflexión mutua, presidente y vicepresidente alcanzaron un acuerdo de no agresión y de no visualización de diferencias. Un pacto verbal -al PSOE le convenía para que se notase quién mandaba y al BNG, para que nadie le acusase de negatividad permanente- cuyas palabras, sin embargo, se fueron con el primer viento.

En realidad, la tarea de establecer cuándo fue que los dos socios iniciaron su camino no ya por separado, sino divergente, no es fácil. Algunos observadores aseguran que nunca hubo una auténtica intención de mezclarse, que se aplicó ab initio lo de "juntos pero no revueltos" y que la reiterada explicación de las "diferentes sensibilidades con un programa común" no era un argumento sobre los líos, sino sólo una excusa. Y puede que la realidad disimulada fuera ésa, porque en esta semana postelectoral, tanto el PSdeG como el Bloque no han parado de acusarse mutuamente.

Las crónicas de la intrahistoria -que en realidad ha habido que escribir a golpe de desmentidos sobre cualquier noticia de "dos gobiernos"- apuntan que el primer gran choque fue el que se registró cuando el Consello de la Xunta resolvió la adjudicación de las televisiones locales. Había habido ya diferencias a la hora de retificar la decisión del gobierno de Manuel Fraga de conceder las dos cadenas regionales a la Cope y a una editora coruñesa, pero la situación fue explosiva cuando el presidente, Pérez Touriño, impuso su criterio acerca de las locales y comarcales a pesar de que muchas estaban ya emitiendo y trabajando sobre el terreno. Quintana llegó a exigir la presencia del asesor jurídico de la Xunta en el Consello para advertir sobre presuntas irregularidades, aunque al final todo se resolvió de una forma discreta.

A partir de ahí los acontecimientos fueron complicándose, las reticencias aumentando, la sensación de que cada uno de los socios desarrollaba su propia política, evidenciándose los motivos de discordia y multiplicándose los incidentes. El de mayor entidad se produjo después de que Alberto Núñez Feijóo anunciase un principio de acuerdo con Pérez Touriño -que este nunca desmintió- sobre la reforma del Estatuto, acuerdo en el que el Bloque no tenía parte y que, se dice, obligó a Quintana, para pararlo, a amenazar con la ruptura de los pactos de gobierno. Era, aún, el primer año de legislatura.

La relación pormenorizada de los momentos de conflicto que fueron minando la frágil estructura del bipartito es casi imposible. La polémica sobre la Presidencia de la Federación Galega de Municipios e Provincias, en la que el Bloque denunció haber sido traicionado por el PSOE, las protestas de concellos socialistas contra planes estrella del BNG -algunas decisiones de la Consellería de Vivenda fueron objeto de descalificativos rotundo- y, hace pocos meses, el estruendo por el concurso eólico marcaron distancias y abrieron enormes grietas. Hasta el punto que los especialistas dijeron que el problema no era, ni lo había sido, la coalición , sino el modo de desarrollarla, la forma de gobernar, cada uno por su lado.

No es una metáfora. Fueron frecuentes en estos años los casos en los que ministros del gobierno de Rodríguez Zapatero acudían a Galicia y a la recepción no eran invitados conselleiros del Bloque. Fue sonado el caso de la visita del titular de Cultura a la Cidade del Gaiás, en ausencia de Ánxela Bugallo, o la reunión del ministro Sebastián con conselleiros de comunidades con fábricas de automóviles, reunión de la que el titular gallego de Industria, Fernando Blanco, casi se enteró por la prensa. Y en el lado contrario, los responsables de áreas nacionalistas visitaban concellos sin dialogar con sus alcaldes socialistas: despachaban directamente con los vicealcaldes del BNG. Alguien ha llegado a contar que en algunas casas consistoriales los pasillos que conducen a despachos de cargos del Bloque o del PSOE tienen diferente pavimento. Vaiche boa.

Pero en las causas de la derrota del bipartito no sólo influyeron todos estos hechos. Hubo un candidato enfrente, Núñez Feijóo, que supo ganarse la confianza de muchos ciudadanos, indecisos hasta el último momento. Y hubo un partido, el Popular, que supo resucitar el Galego coma ti, de Manuel Fraga, sin caer en exageración y que trabajó como en sus mejores tiempos, a destajo, casa por casa y voto por voto. Y, además y aparte, en el PSOE existió una clara desmovilización, que era también un problema anunciado: cuando la constitución de los pactos de gobierno, una parte de la base y de la dirección socialistas expuso sus dudas por el precio que se le abonaba a los nacionalistas, "a todas luces excesivo", según los discrepantes

Ítem más sobre el PSOE y su conflicto de conciencia: después del pacto, cuando Touriño formó su parte del gobierno, hubo un enorme malestar ante la llegada a áreas clave de independientes, algunos con escaso o nulo contacto anterior con la militancia socialista. Todo eso, y algunos tics más propios de tiempos anteriores a la hora de llevar adelante la labor ejecutiva, provocaron la mencionada desmovilización y, según algunos analistas, condujeron a sectores de izquierda a engrosar el voto nulo o en blanco, la quinta fuerza política -tras PP, PSOE, Bloque y UPyD- del país, con más de 20.000 sufragios. Siete veces más que en 2005.

En el Bloque ocurrió algo parecido pero más en la forma que en el fondo, y quizá achacable a la arrogancia de -tal como dijeron algunos en sus bases- los que ocuparon el poder ejecutivo. La gens nacionalista quería la transformación de la sociedad más y antes que un modo de gobernarla, y estaba dispuesta a hacerlo con paciencia. Pero lo que se vio, lo que se oyó e incluso lo que se inventó o dedujo falsamente por profesionales de la desestabilización, supuso un shock demasiado fuerte para el segmento más ilustrado, más concienciado, de los nacionalistas gallegos, tal y como se puede comprobar en la estadística. El BNG perdió algo más de 40.000 votos, pero sobre todo en las ciudades, que es donde aquella gens reclamaba más cambio que retoques y no sólo que se le diese la vuelta a la tortilla.

Nada más y nada menos que todo eso.