. specializada desde hace un par de siglos en exportar mano de obra barata, Galicia sigue ofreciendo -ahora sin necesidad de emigrar- trabajadores a bajo precio como aliciente para atraer inversores a su territorio. Acaba de confirmarlo el sindicato de los recaudadores de Hacienda en un estudio del que se deduce que siete de cada diez gallegos pertenecen al desdichado gremio de los mileuristas, así llamados por cobrar sueldos de menos de 1.000 euros mensuales. Sólo Extremadura y Canarias nos superan en este nada deseable ranking de los peor pagados. Naturalmente, se trata de una estadística y, como tal, tiene su truco. Los datos que manejan los técnicos de la Agencia Tributaria proceden tan sólo de los ingresos del trabajo y desdeñan aquellos otros derivados de los alquileres de pisos, la especulación o las misteriosas Sicav que los multimillonarios usan para cotizar sólo un 1% del rendimiento de sus capitales. Excluir de las cuentas todo ese río de dinero es un detalle no menor que por fuerza distorsiona el resultado final: y más aun en un país de rentistas como España.

Nada de ello refuta, por supuesto, las estadísticas salariales elaboradas por los técnicos de Hacienda que sitúan a los currantes galaicos entre los más baratos de la Península. Es un hecho y como tal hay que aceptarlo. Habrá quien deplore esa circunstancia, pero lo cierto es que los buenos negociantes -y algunos gallegos lo son- ven siempre una oportunidad donde otros sólo alcanzan a percibir un problema. Que se lo pregunten, si no, a los chinos: pueblo con el que tantas y tan enigmáticas afinidades mantenemos los descendientes de la tribu de Breogán.

Prueba de ello es que la propia Xunta -tan pragmática como el régimen maoísta de Pekín- lanzó el pasado año una campaña de captación de capitales en la que ofrecía entre otros atractivos el "bajo coste" de los trabajadores gallegos y su "excelente disposición" para asumir cualquier faena que se les asigne. No mentían en absoluto los dirigentes del Instituto Galego de Promoción Económica, puesto que los gallegos disfrutamos -o padecemos, según se vea- una dilatada fama de ser gente laboriosa aquí y al otro lado del Atlántico. Y por lo que toca a la cuantía de la paga, tampoco es que seamos dados a regatear en exceso.

Por desgracia, un innecesario pudor llevó al anterior Gobierno autónomo a retirar aquella oferta tan seductora y oportuna a los pocos días de poner en marcha la campaña. Ahora que han cambiado las caras en la Xunta y la crisis arrecia con fuerza de temporal, tal vez sería el momento más adecuado para recuperar tan feliz iniciativa. Lejos de lesionar los intereses de Galicia -más allá del amor propio, un bien escaso por aquí-, los datos difundidos ayer por los recaudadores de Hacienda avalan oficialmente el buen precio de los trabajadores autóctonos como incentivo para aquellos capitanes de empresa que quieran montar su fábrica en este reino.

Cierto es que todavía no podemos competir en sueldo con los chinos, pero a cambio sí podemos ofrecer sus mismas prestaciones laborales, o casi. Y a mayores, contamos con un par de excelentes puertos desde los que dar salida a la producción de las empresas que puedan sentirse atraídas por un país en el que los operarios trabajan como chinos y apenas cobran un poco más.

La única pega es que la crisis hizo crecer en siete millones el número de mileuristas en España, con lo que la competencia por el "barato, barato" en materia laboral ha aumentado notablemente en toda la Península. Malo será, sin embargo, que el nuevo Gobierno de Núñez Feijóo no sepa echarle imaginación al asunto para vender los trabajadores buenos, baratos y bien dispuestos que a día de hoy son el principal activo de Galicia en el mercado global. Hay que hacer de la necesidad, virtud: ya se sabe.

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