Hombres y mujeres solos, niños y familias enteras se embarcaron a mediados de 1800 dejando semivacíos sus pueblos. Para la mayoría, el viaje rumbo a las Américas desde los puertos de A Coruña y Vigo fue sin retorno. Fueron los inicios de la emigración gallega. Una huida, entonces de la hambruna, que se sucedió en 1936 tras el estallido de la Guerra Civil.

En pleno siglo XXI, la historia de la emigración se repite. Los nietos de aquellos que cruzaron el Atlántico con sus viejas valijas de madera hacen las maletas. Para la nueva emigración, el billete es de ida y vuelta. Son funcionarios, cooperantes, trabajadores y profesionales de empresas españolas destinados temporalmente en el extranjero que buscan ampliar sus expectativas personales y profesionales y mejorar su calidad de vida. La historia de los abuelos emigrantes y de sus descendientes aparece recogida en más de 300 instantáneas recopiladas por el Ministerio de Trabajo e Inmigración en Memoria Gráfica de la Emigración Española, un trabajo que ya ha empezado a dar la vuelta al mundo, desde Alemania, Francia o Bélgica hasta Brasil, y que próximamente será presentada en Argentina y México. Cada foto refleja las dos caras de la emigración. Su dureza y su ilusión. El desarraigo y el primer instante de lo que, ya antes de partir, era una nueva vida.

El catálogo se divide en seis capítulos que recogen las fotografías de distintas fases del recorrido migratorio: el viaje; el trabajo, la vida asociativa; la vida cotidiana; emigrantes del siglo XXI y los descendientes. Un recorrido gráfico por más de un siglo, desde los primeros españoles que acomodaron las maletas a la espalda para cruzar el Atlántico a finales del siglo XIX y principios del XX, pasando por el periplo de los niños de la guerra -aquellos menores que fueron enviados a otros países por sus familias durante la Guerra Civil- hasta los jóvenes que fijan su residencia en el extranjero de forma temporal.

Las etapas

Galicia, el país del millón de habitantes, inició su emigración en 1860. Con lo más preciado que tenían en la maleta, el retrato de un familiar, un pañuelo bordado con su nombre o una vieja llave de casa, miles de gallegos abandonaron sus aldeas, casi perdidas en el mapa. Países con escasa mano de obra como Argentina, Brasil o Uruguay fueron el destino de su viaje transocenánico. Argentina, considerado hoy como la quinta provincia gallega, fue el país iberoamericano que recibió el mayor número de emigrantes. De los más de 3,2 millones de españoles embarcados entre 1882 y 1930, más de 1,5 se afincaron en el país austal, 1,1 en Cuba, 233.400 en Brasil, 82.300 en Uruguay y cerca de 268.000 se distribuyeron en otros países de Iberoamérica.

Una nueva vida les esperaba en la otra orilla del Atlántico. En Buenos Aires, trabajaron en tiendas, mercerías, cafés, bazares y fondas, antes de llegar a ser almaceneros. En Montevideo, ejercieron de pequeños y medianos empresarios en fábricas de bebidas, confección de ropa, curtidos, muebles y útiles domésticos. En Brasil, se dedicaron a la agricultura, los ferrocarril y el cultivo del cuacho o fueron empleados en el servicio doméstico y el comercio ambulante. En Cuba, sembraron y recolectaron café y cacao. Y la mujeres, en su mayoría, fueron niñeras.

La segunda etapa del éxodo desde España se produjo a finales del siglo XIX, con la llamada emigración golondrina -estacional- a Argelia. Con la Guerra Civil, comenzaron las evacuaciones masivas de niños. Primero hacia la costa mediterráneay al extranjero después. La derrota republicana convirtió para la mayoría de los 30.000 menores evacuados -según cálculos oficiales- las estancias transitorias en exilio definitivo.

Tras la II Guerra Mundial, la reconstrucción de Europa atrajo a la emigración española. Francia, Alemania, Suiza, Bélgica e Inglaterra fueron los mayores receptores de trabajadores permanentes. Pero también destacan los trabajadores para la construcción y la temporada de la hostelería, en Suiza, y los vendimiadores en el litoral atlántico y el Mediodía francés, a los que se sumó un significativo contingente de emigración a Australia en la década de los 50.

En el primer periodo, la travesía era dura. Pero con la generalización de los buques de vapor y el aumento de la velocidad, la seguridad y la regularidad de los viajes por mar y ferrocarril mejoró. A partir de la década de los 70, el desarrollo de la aviación y la circulación por las redes viarias europeas puso fin a las duras condiciones del viaje del pasado.

Tras más de un siglo de hacer y deshacer maletas, ya son cerca de 1,6 millones de emigrantes españoles y descendientes que residen fuera de su país. La historia de la emigración va más allá de los que hicieron fortuna y pudieron regresar a su tierra. Son muchos los que no pudieron hacer de nuevo sus viejas valijas para volver a casa. Aunque su viaje sólo fuera de ida, no olvidan su tierra. Aún conservan aquel retrato, esa vieja llave de casa o el pañuelo bordado con su nombre que tan cuidadosamente habían guardado en sus viejas valijas.