Hoy (ayer) han ido a entrevistarle para un programa de La 2 de TVE y la cámara lo acompaña desde que sale de la fábrica, a las dos de la tarde, en su potente moto, hasta que llega a casa, a unos 16 kilómetros de distancia. "Se ve que les hace gracia que trabaje en una fábrica y vaya en moto", comenta David Monteagudo, que no tiene intención de cambiar su ocupación por el incierto mundo de la literatura, aunque desde hace ocho años escribe, disciplinadamente, al menos dos o tres horas diarias.

"Tiendo a ramificarme", advierte el escritor, que cuenta su peripecia. La familia Monteagudo dejó Viveiro cuando David tenía cinco años para seguir a la madre, una maestra a la que su marido, oficinista en una empresa de carrocerías, animó a pedir el traslado a Cataluña para poder dar rienda suelta a sus anhelos artísticos y ser pintor. Después de un peregrinaje por aldeas perdidas, recalaron en el Penedès, "lo más cerca posible de Barcelona, para que mi padre, que estaba enamorado de Cataluña, pudiese dar proyección a su obra".

-¿Cómo le llegó el éxito?

-Hace sólo ocho años que escribo, empecé a los 40, quizá era una forma de pasar la crisis de esa edad. Al principio, yo mismo mandada originales a las editoriales y después estuve en la agencia de Carmen Balcells. Acabé desencantado, aunque nunca tiré la toalla. Y fue Olga Álvarez, mi mujer desde hace 23 años, la que se puso en contacto con las editoriales y se ve que hizo bien el trabajo porque aceptaron el manuscrito. Jordi Llavina, un periodista y escritor, vive aquí, en Vilafranca, pero yo soy muy orgullosos y nunca le pedí que mirase mis cosas, hasta que un día me lo pidió él y consideró que estaban muy bien. Fue algo increíble, desde el primer momento se lo tomó como una cosa personal, como una auténtica cruzada. Un día, en uno de sus artículos en La Vanguardia escribió que sabía de un escritor inédito que era una lástima que no publicase porque era muy bueno. Jordi Vallcorba, editor de Acantilado, lo leyó y se dio cuenta de que tenía un original del Monteagudo ese desde hace algún tiempo y esa misma mañana le pidió mi teléfono.

-Y publicó Fin.

-Sí, consideramos que Fin, mi última novela, era la primera que había que publicar por ser la más contemporánea, aunque él había pensado en otra sobre un lobishome.

-Tuvo magníficas críticas.

-Estamos realmente contentos, todas las críticas son positivas, en la mayor parte de ellas se ve al crítico entregado, estamos alucinados. Uno tiene confianza en su propia obra pero ha sido tan rápido...

-Comparan Fin con La carretera, de Corman McCarthy.

-Es una de las comparaciones que más se hacen pero lo curioso es que no leí ese libro. Antes leía autores contemporáneos pero desde que empecé a escribir sólo leo a clásicos, y de mucho peso porque tengo poco tiempo y debo seleccionar muchísimo, para depurar mi vocabulario y no tener influencias, porque no quiero escribir algo muy personal, muy mío. Tiene su pega, porque me pierdo cosas importantes, y es una contradicción: si todos hiciesen como yo, no me leerían, pero yo defiendo que hay que leer más a los clásicos.

-¿A quién lee ahora?

-A Proust, En busca del tiempo perdido. Lo había leído parcialmente, pero desde hace un año estoy con los siete tomos y voy por el sexto. Lo alterno con otras lecturas: los rusos me gustan mucho. Gogol es buenísimo. Y Tolstoi, y Dostoievski, y la prosa de Pasternak. También escritores en lengua castellana como los cuentos de Cortázar, Borges y tantos y tantos más.

-Se ha dicho también que Fin guarda algún paralelismo con La pell freda, de Sánchez Piñol.

-Es otro libro que no leí aunque lo conozco. Supongo que es porque en ambos hay una amenaza y que se asocia porque Fin es también un libro original, nuevo y diferente a lo que se publica, como La pell. Yo quiero ser original siempre.

-"Quería hacer una novela que rompiese los géneros y sorprendiese al lector", ha dicho usted en alguna ocasión.

-Como lector, no me gustan los géneros muy marcados, constriñen y te llevan a unos esquemas muy rígidos. Tienes que pasar por el aro y yo, cuando leo, quiero que me sorprendan y no me cuenten siempre la misma historia. Me gusta el juego de desconcertar.

-¿Hay también un retrato generacional?

-Hay el retrato de una generación, la mía, que vamos hacia los 50, una edad un poco rara, la de los que fuimos muy jóvenes para ser hippies y demasiado viejos para ser yuppies y hacer dinero. Somos una generación perdida, la última que hicimos la mili y la última que conocimos el pecado, el sentimiento de culpa, y eso marca y se nota en el libro.

-¿Es una 'novela moral'?

-Eso lo acuñó Llavina. Moral, sí, pero también desencantada y nihilista. Es pesimista, no hay redención; no hay héroes, todos tienen algo de villanos.

-¿Su editor quiere publicar el resto de su obra?

-Sí, Jaume Vallcorba dice que quiere ir publicándola. Ya firmamos un contrato para publicar el último de los dos volúmenes de cuentos que escribí. Considero que tienen un nivel literario muy alto y creo que los hay muy potentes. Después publicará Brañaganda, el libro sobre el lobishome, ambientado en Galicia. La historia transcurre entre los años cincuenta y sesenta en un ambiente rural muy cerrado y pobre, en el que va apareciendo gente muerta, y se atribuye al hombre lobo.

-¿Algo qué ver con el de Allariz, Romasanta?

-Sólo el ambiente; es una historia muy personal, como todo lo que escribo yo. Es una novela completamente distinta a Fin, que es muy contemporánea, mientras que Brañaganda es completamente decimonónica.

-¿Está obligado a hacer promoción de su libro?

-Hubo una rueda de prensa de presentación, a la que fueron cinco o seis periódicos y ahora muchos medios llaman a la editorial para pedir entrevistas. Desde hace una temporada dedico las tardes a vender libros, a las entrevistas. La editorial está sorprendida por la curiosidad que suscita el libro y que yo trabaje en una fábrica, algo insólito en el mundo de la literatura, y que sea alguien ajeno a cualquier capilla literaria y a ese mundo.

-¿Piensa seguir en la fábrica?

-En principio, sí. En el mundo de la literatura no se gana mucho dinero, a no ser que este libro se convierta en un best seller. Siempre tuve muy claro que iba a jubilarme en la fábrica y que quería estar con los pies en el suelo y no ser un artista. Conozco de cerca gente que fracasó y la decepción que les supuso. Prefiero que la literatura sea un sobresueldo. Si el libro es un pelotazo tendría que decidir.

-¿En qué consiste su trabajo?

-En los trece años que llevo en la fábrica estuve en todos los puestos como operario: mecánico, carretillero, utillero y ahora soy maquinista. Estoy en la producción pura y dura, llevo una de las máquinas, muy moderna y sofisticada, de la que las cajas salen como churros, hay días que hago 20.000.

-¿Va y viene en moto?

-Sí, es otra de las cosas que llama la atención. Siempre intenté ser diferente y no hacer lo que todos, no me gusta encerrarme en un coche y siempre usé moto. Aunque soy proletario tengo una moto grande y confortable. Ir en moto al trabajo me hace sentir bien

-¿Qué escribe ahora?

-Reconozco que estoy un poco despistado por el ruido de Fin. Terminé el libro de cuentos y ahora no escribo nada, pero tengo muchas cosas que contar. Tengo historias por un tubo.

-¿Hay alguna relación entre sus libros?

-No, sólo el estilo, cómo están escritos, la forma de narrar. Espero tener ya una voz propia.

-¿Cómo tiene el ego?

-Siempre tuve necesidad de protagonismo, de ser algo, y cuando te pones a escribir tantos años... La literatura no es una cosa inmediata, la reacción del lector es tardía, no como el actor ante el público. Y el ego lo controlo bien. Si trabajas en una fábrica, aunque salgas en la tele, se te bajan los humos de inmediato. Y ser tartamudo te hace saber que no eres nada del otro mundo.