Las indiscutibles estrellas del firmamento científico en las últimas décadas fueron los físicos, como Hawking, que asombraban al mundo con sus impensables teorías sobre el origen del universo y la vida inteligente. En el siglo XXI, están comenzando a ser desplazados por los neurocientíficos, los modernos exploradores del incógnito cerebro, que, como es el caso de Antonio Damasio, científico portugués afincado en California y premio Príncipe de Asturias en 2005, ha osado plantear abiertamente que la mente es el alma. La Neurología puntera ha conseguido investigar algo hasta ahora imposible para la ciencia: los sentimientos y el comportamiento humanos.

En esa fascinante tarea se afana el científico formado en la universidad compostelana Miguel Alonso, investigador en la exclusiva universidad de Harvard, que ha logrado sorprendentes hallazgos en la estrecha relación existente entre los hábitos alimentarios y la estructura del cerebro. Sus experimentos pretenden encontrar una nueva manera de mitigar esa plaga planetaria en la que se ha convertido la obesidad.

"Estamos investigando qué patrones cerebrales te hacen ser propenso a la obesidad -revela el neurólogo gallego-. Básicamente, el hábito alimentario es una conducta regulada por el sistema nervioso. Hay gente que jamás gana peso y hay otra que lo gana con facilidad sólo con que le cambie un poco el ambiente. Tenemos la gran ventaja de usar técnicas de vanguardia que se han desarrollado en los últimos años, que permiten encender o apagar de manera transitoria en una persona una determinada área del cerebro. Hemos descubierto que determinados patrones nutricionales se relacionan con variaciones estructurales del cerebro. Por ejemplo, la gente que come más proteína y fibra en la dieta tiende a tener más sustancia gris en la parte delantera del cerebro, sobre todo en el lado derecho -la zona más abstracta, más humana- y la gente que come más grasa saturada y azúcares, tiende a tener más sustancia gris en zonas más profundas del cerebro, que están relacionados más con los impulsos, de tal manera que esta gente tiene menos capacidad de control sobre la comida".

¿Una determinada dieta nos hace más primitivos?

"Podría decirse así -admite Alonso-. Estamos realizando numerosos experimentos en los que intentamos aumentar la actividad de esas zonas cerebrales prefrontales en personas que tienen problemas de conducta alimentaria y de obesidad, para ver si cambian sus patrones de conducta".

Es decir, que en el futuro la prevención de la obesidad pasará más por el neurólogo que por el endocrino.

La Neurociencia se ha convertido en un comodín que abarca todas las disciplinas, desde la filosofía a la economía.

"Es cierto que la Neurociencia es una especie de nuevo lenguaje para entender y diseccionar un montón de cosas complejas, como por ejemplo el marketing o la economía. Ahora hay una disciplina que se llama Neuroeconomía, que intenta estudiar las bases de cómo el hombre es irracional en sus decisiones".

Le auguro un gran éxito en Wall Street. Woody Allen tendrá que sustituir en sus películas a sus reiterados psicoanalistas por neurocientíficos.

"Seguramente que sí -reconoce Alonso entre risas-. La irracionalidad de lo humano puede medirse perfectamente tras lo que ha pasado en las finanzas estadounidenses. Ante un nivel tan alto de recompensa, nadie puede controlar sus impulsos. Por eso hay que regular, para que no se vaya de las manos. La Neurociencia disecciona qué zona del cerebro está implicada en una conducta. Es de las disciplinas más interesantes en las que hoy en día se puede investigar: todo repercute en el sistema nervioso".

En un campo más prosaico, la Neurociencia tiene ante sí uno de los mayores retos: la longevidad conquistada por el hombre nos ha enfrentado a nuevas enfermedades degenerativas como la demencia o el alzheimer, cada vez más frecuentes. Vivimos más al precio de perder el control de la mente.

"Es como un castigo divino. Los humanos logramos dominar la naturaleza, frenar las infecciones, ganar longevidad, pero hemos visto aumentar un tipo de enfermedades degenerativas que aparecen en la última etapa de la vida. Es algo inesperado que nos ha pasado en esta evolución, pero bueno, hay un gran interés en esta investigación, con un gran aumento de trabajo y dinero para intentar comprender el mecanismo relacionado con estas enfermedades. Si conseguimos atrasar su aparición sólo cinco años, se salvarían muchas personas. Es un gran reto".