–¿Después de 25 años dando la cara no está agotado?

–Tantos años cansan, es lo normal, pero hay que tirar hacia delante y recuperar la ilusión.

–¿Qué es la popularidad?

–Un traje muy bonito y a veces un poco incómodo. Es el barómetro del cariño y es maravilloso, pero también hay otras cosas: gente que confunde persona y personaje.

–¿Qué le pasó?

–Y qué me pasa: sufrir el acoso de personas que, desgraciadamente, están enfermas y van a mi casa, al plató...

–¿Tuvo que llamar a la policía?

–En alguna ocasión, sí, pero no es solución porque no es gente violenta, sino con desequilibrios mentales; gente que está en otra onda.

–Si siguiese de abogado... ¿Trabajó en el Tribunal de la Rota?

–Sí, sí. Yo hice Derecho y me fui después a trabajar a Madrid, al despacho de Luis Zarraluqui.

– Zarraluqui es especialista en divorcios, y La Rota anula.

–La Rota, como tribunal eclesiástico, entiende de divorcios y de nulidades.

–¿A qué famosos anuló?

–Directamente, yo no intervine en ninguna anulación. Estuve tres años como pasante de Zarraluqui.

–Un despacho de altura.

–De campanillas. Y, además, tiene que ver con la música porque, al margen de los estudios, yo tenía una actividad musical.

–Llegó a grabar un disco.

–Sí, con Álvaro Someso, teníamos el dúo Keltia y grabamos en 1978 un disco con la CBS, el 50% en gallego. La CBS fue el nexo con Zarraluqui. Su pareja, entonces, era la cantante Elsa Baeza, que grababa también en CBS, donde teníamos amigos comunes que nos pusieron en contacto. Un día le dije a Elsa que era abogado, que sabía de su relación con Zarraluqui y...

–¿Siempre tuvo cara?

–Yo siempre me moví mucho. Si algo me interesaba, yo iba a allí, nunca esperé sentado a que llegara una oportunidad. Todas las oportunidades que tuve en la vida las fui a buscar. Yo no mandé un currículo a la tele, vine a la tele.

–¿Qué quería hacer en TVG?

–Trabajar en la asesoría jurídica. Después de estar tres años con Zarraluqui aprendiendo los rudimentos, me puse a preparar oposiciones a la judicatura, pero no me acababa de encontrar en ese mundo. Me enteré de que se iba a crear la Crtvg y hasta que me recibieron no paré. Insistí durante tres meses todos los días —yo soy muy pesado, muy insistente— y, cuando me recibieron, me dijeron que la asesoría jurídica estaba completa: ´Sólo nos falta contratar presentadores´.

–E hizo uso de su osadía.

–Dicho y hecho, me presenté a las pruebas para presentador.

–Empezó con la locutora Mercedes Bouzón, hoy fallecida.

–El 25 de julio de 1985, a las seis y media de la tarde, empezamos. Mercedes Bouzón me dio paso para presentar la inauguración.

–Hasta hoy.

–La culpa la tienen mis padres, porque cuando tenía 6 años, y estudiaba en la Grande Obra de Atocha, nos metieron a mi hermano y a mí en la rondalla. Me subí al escenario y ya no me bajé nunca más. Aún recuerdo la sensación que me produjo. La culpa la tienen mis padres por subirme al escenario: si no me hubieran puesto aquella bandurria, hoy sería un abogado del tres al cuarto.

–Pasó por varios programas en TVG pero con Luar coronó.

–Es el programa más rentable de TVG, el programa que a cualquier cadena le gustaría tener: estamos por encima del 20% de audiencia. El 20% en un programa de tres horas.

–¿Su momento más desagradable en Luar?

–La muerte del Fary. Era en directo, me dieron la noticia los compañeros y yo cometí la imprudencia de lanzarlo, en lugar de pedirles que lo confirmaran.

–¿Los momentos más gratos?

–La entrada de la manifestación de Nunca Máis, en directo, en el programa. En un momento de una tensión social tan fuerte como la del Prestige, yo estaba presentando entre el público y, de pronto, se levantaron 15 personas con pancartas coreando ´Nunca máis, nunca máis´. El realizador no cortó, y yo pedí que uno de ellos hiciese de portavoz. Y dijo lo que tenía que decir.

–¿Satisfecho con el recurso?

–Hubo gente que no lo entendió. Quizá no fui profesional ni en el momento del Fary ni el de Nunca Máis pero es que yo soy así: comprensivo y muy tolerante.

–¿Qué defectos tiene Luar?

–Tener como único objetivo la audiencia.

–Un día anunció que se iba.

–Una inocentada. Se me fue un poco de las manos la broma y al director de la casa le molestó.

–Se ha mantenido con nueve directores, ¿cómodo con los nueve?

–No, uno me castigó nueve meses, Gerardo Rodríguez. Mantuve una posición orgullosa ante una decisión suya que no entendí.

–Hay gente que se disfraza de Gayoso en carnaval.

–Sí, y pone el micrófono en la barbilla. Tiene una explicación: el técnico de sonido me recomendó colocarlo así porque es más seguro, y un problema menos para él; así se ocupa de los demás micros.

–¿La gente se mosquea de verdad cuando llama a deshora?

–Llamábamos a las doce de la noche o más tarde a gente que seleccionábamos por la guía telefónica, éramos unos provocadores pero la mejor llamada fue una preparada. Hoy está hasta en los móviles.

–¿Morirá en directo?

–¡Anda que sería desagradable! No me gustaría dar ese número.

–¿Sus programas de televisión favoritos?

–Tengo un recuerdo imborrable de El Fugitivo. Mucho me gustaba.

–Tiene cara de santo.

–De San Francisco de Asís. Porque vivo en esa zona [donde está la iglesia, que exhibe una imagen con su rostro], pero soy de la calle Panaderas y presumo de ser nieto de don Ramón y de doña Rosa, los confiteros de La Imperial.