Allá donde no llega la promoción de la editorial -Alfaguara-, Mercedes Castro va por su cuenta, aunque tenga que llevar a su hija de tres años, porque los potenciales lectores están también en las ciudades pequeñas. Y, desde luego, las gallegas las peina todas esta escritora que dejó Ferrol para estudiar Derecho en Madrid y se quedó a vivir allí. Ahora recorre España vendiendo su segunda novela.

-Tiene nombre de cantante de rancheras.

-Hay muchas Mercedes Castro pero la que más me gusta es la cantante de rancheras, con sus largas trenzas y sombrero mexicano.

-Viene del mundo editorial, ¿juega con ventaja?

-Sí y no. Cuando llevas un montón de años trabajando en el sector editorial y has pasado por los distintos procesos, incluido el de corrección, aprendes mucho de técnica narrativa y a leerte a ti misma con un sentido muy crítico. Pero corres el riesgo de que te quite espontaneidad y puede llegar a obsesionarte porque quieres que el texto sea perfecto, sea el mejor, que para eso eres editora y qué van a pensar de ti. Me cuesta muchísimo entregar los originales a la editorial.

-¿Corrige mucho?

-Como una loca. Va a salir una segunda edición de Mantis y preferí no releerla para evitarlo.

-Y punto le llevó nueve años.

-Porque no tenía ni prisa ni expectativas. Como poca gente sabía que estaba escribiendo me permití el lujo de corregir y reescribir, y dejar reposar lo escrito en el cajón meses, cosa muy útil, pero puede llegar a un punto muy insano. Cuando escribía Y punto, ya sabía cómo iba a terminar y me puse a pensar en otras historias, y Mantis ya estaba ahí, sólo me faltaba sentarme a escribirla. Y salió de un tirón

-¿De quién tiene más, de Teresa Sinde o de Clara Deza?

-Yo creo que de Clara Deza que, además, es gallega, mientras que Teresa no dice de dónde es. Teresa es mucho más misteriosa, no dice tacos. Yo digo muchos tacos, como Clara Deza. De Teresa Sinde tengo la ironía y la mordacidad; cada vez soy más mordaz y más irónica. Antes tenía un sentido del humor más blanco y cada día se vuelve más negro. Debe de ser la vejez.

-¿Es amante de los zapatos y la buena comida, como Teresa?

-De los zapatos, lo cual es una locura. No llego a lo de Imelda Marcos pero tengo una buena colección.

-¿Cómo se le dan los fogones?

-Muy bien, pero no en plan alta cocina como Teresa Sinde, yo soy más de andar por casa.

-¿Hace las croquetas de arroz con leche y carne?

-No, pero se pueden hacer, lo tengo comprobado. Yo invento mucho con los restos, le echo mucha imaginación.

-¿Ya vive de la literatura?

-Vivo de la literatura de los demás, porque sigo siendo editora, pero ahora autónoma. De la literatura viven Pérez Reverte y pocos más.

-¿Cuántos originales ajenos desechó estando en Planeta?

-Muchísimos. Es que en España todo el mundo tiene una historia que contar y para un editor es un problema porque te sepultan los originales. Tenemos la osadía de ponernos a escribir y mandarlo a un editor. Pero no hay que subestimarlos: de esa montaña de 300 originales que llegan en un año, dos, tres o cuatro valen la pena. A veces les escribía diciendo que aún estaban verdes para publicar pero que no dejaran de escribir; luego me arrepentía, me daban la lata con cartas.

-¿Se encumbra a muchos escritores que no lo merecen?

-El tiempo lo pone todo en su sitio. El negocio literario, como todos los negocios, tiene mucho que ver con las modas. Ahora, a rebufo de Stieg Larsson, está de moda la novela negra, como antes, a rebufo de El código Da Vinci, la novela histórica. Veremos cuántas perduran.

-Desestimó el filón de la novela negra.

-Escribo lo me apetece y no de lo que esté de moda. Yo a lo que aspiro, aunque sea utópico, es a que mi trayectoria, dentro de cinco años, sea sólida.

-Sus protagonistas son mujeres, la mayoría de los lectores son mujeres, ¿escribe para ellas?

-Uno no puede pensar en eso. Hay temas sobre los que quiero hablar que tienen que ver con la condición de ser mujer, por eso mis protagonistas son mujeres.

-¿El universo editorial está 'abarrotado y peligrosamente inflado de egos', como dice Teresa?

-Lo suscribo totalmente, pero ocurre en cualquier esfera que tenga que ver con el arte: esos cocineros tan mediáticos, los escritores, los pintores o los cantantes famosísimos. Hay que estar muy prevenido para no caer en esa autocomplacencia y creerte artista.

-A usted la despidieron de Planeta al quedarse embarazada.

-Sí, como a tantísimas otras. Evité hablar de eso porque nunca quise que se me conociera por eso. Hoy en día, con la crisis que hay, están pasando cosas como esta o muchísimo más graves. Fue traumático en su momento pero aquí estoy, feliz y contándolo. En un mundo de lobos como en el que estamos, estas cosas pasan.

-¿Tuvo que masculinizarse para sobrevivir?

-No, y no pienso renunciar. Ahora es difícil pero antes debía de serlo mucho más y entiendo ese tipo de actitudes en muchas mujeres profesionales, pero me parece que hoy en día no hay que pagar ese precio. Hay que compaginar como mejor se pueda los distintos ámbitos pero sin renunciar a ser mujeres para triunfar en lo profesional.

-¿A hombres y mujeres les cuesta asumir su papel social?

-A todos. Es muy difícil compaginar lo personal y lo laboral. Se nos está exigiendo demasiado, no damos abasto, ni los hombres ni las mujeres. Aunque nosotras sentimos más esa presión, esos ejecutivos que llegan a su casa a las diez de la noche y sus hijos ya están acostados tampoco creo que sean muy felices.

-¿La maternidad da poder?

-Es un don, y una maldición. La maternidad te da poder y una grandísima responsabilidad. En Mantis reflexiono sobre el poder que tienen las madres para con una palabra o con una mirada moldear a los niños. Ese poder implica una responsabilidad tremenda.

-¿Cómo empezó a escribir?

-Cuando era pequeña estaba siempre en la cama enferma leyendo cuentos y mi familia venía cada tarde a entretenerme contándome historias. Los mejores narradores orales del mundo somos los gallegos, sin duda, me contaban unas historias maravillosas. Yo tardé tiempo en darme cuenta de que lo que buscaba era el camino para poder contar historias tan maravillosas como a mí me parecían aquellas.