Cartas a Laila
Conviene recordar
El día 31 comienza la retirada de Irak de las tropas estadounidenses, sin haber conseguido ni uno de los objetivos políticos y militares, y dejando atrás más de un millón de muertos, la mayoría civiles
Andrés Cepadas
El día treinta y uno, querida Laila, comienza la retirada de Irak de las tropas de la coalición comandadas por los EEUU. Esa es la orden de su Comandante en Jefe. No se oirá sin embargo "el canto sonoro ni el cálido coro de los claros clarines" porque no es la victoria quien llega, sino la derrota más estrepitosa. Derrota sin paliativos porque no se han conseguido ni uno de los objetivos estratégicos políticos y militares proclamados, ni siquiera la mayor parte de los inconfesables, que son los que realmente impulsaron la guerra. Murieron por ello, eso sí, más de un millón de personas, en su mayoría civiles e inocentes, se escarneció y torturó a miles de personas, se desplazó de sus hogares a más de tres millones de seres humanos y se pervirtieron y vulneraron los mismos valores y principios éticos y políticos, esgrimidos para justificar la guerra. Sólo se ajustició a un tirano con oprobiosa e indigna exhibición pública, propia de la más repulsiva barbarie, y se destruyó una Administración, en un ejercicio de estupidez política que vino a perjudicar los intereses de los propios invasores. La mentira de las armas de destrucción masiva, sostenida con cinismo, fue el casus belli inventado; el derribo, torpe e impostado, de la estatua del dictador de Bagdad quiso ser otra bandera de Iwo Jima; el trío de las Azores, eufórico y desafiante, simuló una declaración formal inexistente de guerra; y el aterrizaje esperpéntico de Bush en el Abrahan Lincoln resultó ser el anuncio presuntuoso y ridículo, en hora de máxima audiencia, de una falsa victoria. La principal responsabilidad política de esta farsa sangrienta recae, sin duda, sobre la Administración de Bush, que debiera ser imputado como criminal de guerra, como lo fueron otros con muchos menos méritos. Pero no debemos olvidar la corresponsabilidad de los principales aliados y, en consecuencia, tampoco la de José María Aznar. Como conviene también recordar el papel activo y cómplice del grupo parlamentario del Partido Popular en pleno, que aprobó en el Congreso de los Diputados la participación de España en la guerra no sólo con su voto unánime en votación secreta, sino incluso con un aplauso tan eufórico como vergonzoso. Asímismo es preciso no olvidar que el encargado de la defensa de la siniestra propuesta de Aznar en el Parlamento estuvo a cargo de Mariano Rajoy, que lo hizo con el mismo ardor con que otrora asumiera similares trabajos sucios, encargados por el propio Aznar, como fue, por ejemplo, dar la cara por todo el Gobierno y por el propio Ministro de Fomento en la catástrofe del Prestige.
Yo sé, querida, que los capitostes del PP y sus aledaños tratan ahora de sepultar estas decisiones políticas, fracasadas y denigrantes, en la fosa más profunda del olvido. Y más tratarán de enterrarlas, cuanto más se acerquen la elecciones, porque a los peores políticos siempre les conviene que los ciudadanos tengamos la memoria de un pez. Tampoco los adversarios, en este caso los del PSOE, harán mucho por avivar nuestra memoria, dado que en su pasado también hay cosas para olvidar, aunque ciertamente de menor entidad perversa, pero unos y otros tienden a intercambiarse cromos repetidos con instinto gremialista y corporativo. Pero a la ciudadanía, amiga mía, no nos conviene nada olvidar, nos conviene mantener viva la memoria para que nos ayude a tomar la mejor decisión a la hora de elegir a quien nos ha de representar y a quien va a tomar decisiones en nuestro nombre. Y la memoria nos dice, querida que ni Rajoy ni ninguno de los diputados que participaron en aquella orgía belicista son hoy buenos candidatos para el centro derecha español. Pero bueno, a tiempo están de cambiarlos.
Un beso.
Andrés
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