Joaquín y Josefa no han dormido juntos desde la noche del sábado. Porque cuando uno duerme, el otro hace guardia. De hecho, Joaquín durmió ayer por primera vez después de vivir un infierno. Porque este hombre, que ahora es marinero, trabajó durante una década en las cuadrillas de extinción de incendios y su experiencia con el fuego le dice que, aunque aparente estar dormido, la amenaza puede desatarse de nuevo en cualquier momento.

Porque en el área calcinada que rodea su casa, en A Figueira, en la cima del monte más castigado por los incendios de Boiro, un humo sospechoso sale de debajo de la tierra. "Por debajo en algunos puntos, donde hay raíces, sigue ardiendo. Y si no llueve, puede estar ahí aletargado hasta ocho días y, en las áreas en que limita con vegetación aún no quemada, producirse un rebrote". Es decir, literalmente hay un rebrote, como el de un árbol quemado que renace por primavera. Aunque en este caso no sea el agua la que ayude —la lluvia ni se ha notado—, sino un viento que, afirma Joaquín, es mucho peor en agosto que en invierno. Sus pobres árboles, algunos de ellos secos por la cercanía de las llamas, como el castaño, el kiwi o los sauces, dan fe de ello. "Lo que no rompió el viento en el invierno lo rompió este mes", afirma Joaquín. Además, contaban solo con su pozo para abastecerse de agua, porque llevan tiempo intentando hacer un río cerca de casa, pero el Ayuntamiento no se lo ha permitido.

Las circunstancias estaban en su contra, pero Joaquín es de los que creen que el capitán de un barco debe ser el último en abandonarlo e hizo lo mismo en su casa. Cuando el sábado por la noche vio fuego cerca de su vivienda, salió mismo a combatirlo con xestas y la ayuda de dos chicos. Nadie más se ofreció a echarle una mano. Los miembros de la Unidad Militar de Emergencias lo aplaudieron: "Se merece usted una medalla". Al día siguiente, la situación se descontroló. "Los brigadistas no tenían mucha experiencia. Ese es un problema ahora; la Xunta no puede coger cada año a gente nueva, hay que darles tiempo a aprender", explica. Las llamaradas sitiaron la casa por todos los flancos excepto uno. Y menos mal, porque, si llegan a prender los eucaliptos, hubieran sido "una tea" y duda de que se hubiera salvado su hogar.

"El calor no era lo que me mataba, sino el humo. Y no podía ver nada", añade. Para entonces, ya había conminado a Josefa y a su nieta de 4 años —que no quiso olvidar a Perliña, su cachorro— a que huyeran de allí, pero él se negó a hacerlo pese a que los brigadistas se lo pidieron. Se apostó en una esquina del jardín y mantuvo las llamas a raya hasta que un avión inundó su casa de espuma y puso fin a su tormento. "Y dice el alcalde que no hubo casas en peligro. Que viniera a mirar", apunta Josefa, quien ha sufrido un shock al ver que peligraba su hogar. Una casa que solo disfruta desde hace dos años. Una casa que era su sueño después de toda una vida de alquiler. Su pequeña nieta no paró de llorar hasta que comprobó que la casa de su abuela seguía en pie.