Por Aurelia Lombao
La sorpresa del ginkgo biloba
Este año el invierno y la primavera fueron lluviosos. Los campos estallaron con fuerza, reventó el bosque y el joven ginkgo biloba del jardín abrió vigoroso sus hojas...
Aurelia Lombao
Este año el invierno y la primavera fueron lluviosos. Los campos estallaron con fuerza, reventó el bosque y el joven ginkgo biloba del jardín abrió vigoroso sus hojas, en una danza ancestral de abanicos verdes que, a la hora del rocío, se revisten de lunares de plata, que destellan al frescor de la mañana. El árbol de más rancio abolengo crece sin embargo lento, como si fuera consciente de que tiene por delante y por detrás milenios de vida. Como los veranos aquí son cortos, se presiente cercano el más bello momento del ginkgo biloba que es cuando sus abanicos se tornan dorados, se mecen durante un tiempo en las altas copas triangulares del árbol y terminan alfombrando el césped de un amarillo intenso, que se va tornando ocre al paso lento del otoño. Pero este verano, que nos sorprendió a todos por caluroso y por largo, también sorprendió al ginkgo que experimentó el agosto por primera vez en su corta vida personal, palidecieron sus abanicos en amarillo desvaído y soltó sus hojas prematuramente, dejando al descubierto su joven esqueleto escuálido en los últimos días del estío. No fue el único agostado. También sufrió el liquidambar y el cerezo, pero resisten mejor y se ve que mantendrán verdes sus copas hasta llegar al otoño y serán muy pocas las hojas agostadas. Quizá sea porque no son tan jóvenes y les afecta menos la sorpresa.
Si la agostada no es más que coyuntural y fruto del tiempo, de una u otra forma, resistirán todos y mañana será otro verano y otro otoño. Pero si lo que viene es un verdadero cambio del clima sobre la faz de la tierra, entonces prevalecerá el ginkgo, que resistirá mejor que el cerezo porque, aun siendo personalmente más joven, por sus venas corre la savia de la historia y ha sobrevivido a mayores mutaciones e infinitas catástrofes en su milenaria existencia.
Dicen que vivimos tiempos de profundas transformaciones y de cambios esenciales que supondrán un enorme reto para el ser humano. Para arrostrarlo será importante la juventud de la nuevas generaciones, nacidas ya en el albor de los nuevos tiempos, pero su éxito dependerá de que se sientan y se sepan arraigadas en la historia, que los hará sabios y fuertes para conseguir algún día la belleza plácida del otoño.
aurelialombao@gmail.com
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