Guasón y un punto jacarandoso, el ex presidente del Congreso Gregorio Peces- Barba se preguntó el otro día si a España no le habría ido mejor apropiándose de los portugueses en lugar de "quedarse" con los catalanes, que tanta lata dan. Dice que lo dijo en broma, pero no hay que acudir siquiera a Freud para saber hasta qué punto los chistes son una expresión soterrada del inconsciente.

Las chirigotas de Peces-Barba en el escenario -nada festivo- de un congreso de la abogacía recuerdan efectivamente a uno de esos chascarrillos que suelen comenzar con la frase: "Estos eran un portugués, un francés y un español...", para dejar siempre malparados a dos de los tres. El chiste no hizo demasiada gracia a los catalanes, que últimamente andan muy susceptibles, en opinión del autor. Prueba de ello es que se mosquean cuando a todo un redactor de la Constitución española le da por aludir entre jijijís y jajajás a las muchas veces que fue necesario "bombardear Barcelona", aunque Peces-Barba crea que en esta ocasión no hará falta recurrir a tan drástico método de cohesión nacional. Lejos de reírle esa divertida ocurrencia, los abogados catalanes abandonaron la sala del congreso. Hay gente que no sabe aguantar una broma.

Si el chiste hace aflorar elementos reprimidos del inconsciente, como suponía Freud, lo que Peces-Barba habría sacado a flote es una vieja y acaso extendida concepción de España. La que imagina a este país como una especie de ente abstracto que se construye a fuerza de "quedarse" con unos territorios y "dejar" otros, según la delatora expresión utilizada por el ex presidente del Congreso. Con lo buenos que salen los portugueses, tal vez nos equivocásemos al cargar con los catalanes, vino a decir el involuntario humorista con ese sentido agropecuario del Estado que desde siempre ha caracterizado al nacionalismo español.

Extraña un tanto que una nación pueda construirse contra sus propios nacionales, pero al parecer es lo que hay. La sorprendente consecuencia de esa actitud es que uno acaba por considerar extranjeros a sus compatriotas, tal que ha hecho -sin pretenderlo- el catedrático Peces-Barba al equiparar a catalanes y portugueses. Víctima de un inesperado arrebato independentista, este padre de la Constitución se ha apuntado a la teoría de que Cataluña es un país con el que España "se quedó", tal como vienen sosteniendo los nacionalistas catalanes. Lo raro, si acaso, es que estos últimos hayan protestado por una boutade que en realidad viene a refrendar sus tradicionales postulados.

Antifranquista militante de los que en tiempos de Franco no abundaban tanto como ahora, el expresidente del Congreso ha incurrido sin embargo en la misma idea de España que el Caudillo aplicó durante largos años. A diferencia de otros países que construyen su identidad frente a un enemigo exterior, el nacionalismo franquista la edificaba contra los de dentro: y acaso fuera esa la razón por la que puso al Ejército a desempeñar tareas de ocupación de la propia España. Más que de Marruecos o de la pérfida Albión, había que cuidarse de las provincias traidoras y de los separatismos que amenazaban, al parecer, la existencia del Estado.

Algo de aquella concepción centrípeta y excluyente de España subyacen en las bromas que el demócrata Peces-Barba ha hecho estos días a cuenta de los catalanes y de la costumbre de bombardearlos de vez en cuando para que sigan festejando sus "derrotas". Nada nuevo, en realidad. Ya a principios del pasado siglo, Miguel de Unamuno comparaba a los separatistas con los "separadores" que, a su juicio, pretendían "hacer españoles a palos".

Un mal día, en fin, lo tiene cualquiera. Incluso uno de los padres de la Constitución que al denigrar jocosamente a Cataluña no ha hecho sino validar la sospecha de que por la boca -o por mitad de la barba- muere el pez. Seguro que Peces-Barba ya se ha arrepentido de su derrame verbal.

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