Pese a huir de protagonismos, el círculo próximo del expresidente de la Xunta confirma que Raúl Grién Docampo era "muy especial" para Fraga. Tanto es así que era el único compañero, además de la familia íntima, al que don Manuel invitaba a comer a su casa el día de su santo, cada uno de enero durante décadas. Finalista del premio Planeta en 1957 con la novela A Fuego Lento, el que fue asesor de la Presidencia de la República en Venezuela y delegado de las Naciones Unidas (especialista en Latinoamérica) compartió con Fraga "muchas horas" de conversación de amplia talla intelectual.

-¿Por qué cree que se produjo ese feeling?

-Desde que lo conocí empecé a admirarlo, a quererlo y a respetarlo. Tenía una enorme amplitud de horizontes que muchas veces chocaba con la faceta de político.

-¿A qué se refiere con chocar?

-Yo lo he admirado siempre como pensador y también como político en el sentido amplio de la palabra. Pero precisamente por política tuvo que someterse a una serie de disciplinas que lo han limitado mucho en su proyección como pensador, como sociólogo, como teórico de la política de Estado. A mi juicio esa política de lucha, la política partidista, la política del día a día, le ha hecho un relativo daño porque lo ha limitado en su proyección como pensador.

-Una política del día a día inevitable en un político.

-Es que era un hombre global, amplio; un pensador brillante. Yo coincidía con él en muchísimos aspectos, pero no con la parte de la política de barricada, de trinchera, del día a día. Sí con sus conceptos trascendentes, en sociología, en sociopolítica, en la forma de interpretar la sociedad y en los valores.

-Se quedaba, entonces, con la parte que compartían: la del pensamiento y las ideas.

-Me considero liberal-conservador de toda la vida; con una enorme amplitud para interpretar una serie de cosas y no interpretar otras. Lo que no es interpretable pues no se interpreta. No es que pretenda justificar la relación pero creo que supe entender a Fraga como un todo.

-¿Usted está vinculado a la política?

-No. No soy de ningún partido, no milito. Él sí era un hombre político. Creo que los partidos, en ocasiones, estrechan mucho. Yo no acepté nunca esa estrechez, pero por una cuestión de carácter, no por otra cosa. Él sí, con la ventaja, además, de que era el creador del partido y por ello podía cambiar las cosas y adaptarse.

-¿Quiere decir que como miembro tendría que aceptar?

-Exacto. Si perteneces tienes que aceptar las líneas de un determinado partido. Esa estrechez, que es necesaria, a mí nunca me convenció.

-¿Cómo se conocieron?

-En Venezuela, creo que fue en el 68. Yo lo presenté en un acto que se celebró en la Academia Nacional de Historia de Venezuela. Lo oriento allí, también. Me llamaban la atención su combatividad y su ímpetu. Me encontré con un hombre de contrastes y me gustó: lo interpreté. Una persona con valores. Se decía que era impetuoso, autoritario. Sí lo era, pero con una profundidad sentimental tremenda que no aparecía en ningún caso.

-¿De contrastes, rígido?

-Era rígido en ciertos aspectos. Tenía un eje justificable y no era flexible en algunos asuntos en que convenía no serlo. A mí me gustaba que no cediese y que se enfrentase a lo que no convenía, aunque hayan sido situaciones difíciles de entender.

-¿Discutían mucho en los temas que no compartían?

-Hemos discutido, sí, pero desde el respeto. Me conozco toda su obra, soy un admirador y creo que él era un 'aceptador' mío, por decirlo de alguna forma. Yo analizaba aspectos de su obra, él de mi actuación en América, de la forma en que yo interpretaba las circunstancias socioeconómicas de Galicia, de América, de la emigración...

-¿Es consciente de que era un amigo al que invitaba a la comida familiar en la que Fraga celebraba su santo?

-Es cierto. Yo paso las navidades en mi casa de A Coruña y me invitaba el día uno de enero a su domicilio de Roxos, con sus hijas. Tuve la suerte de conocer ese complemento de su personalidad, que es la parte familiar. No solo en su despacho, en su tribuna, en su podio; también el hombre en pijama, entrar en su biblioteca a charlar, en su salón. También en Perbes.

-Hay pruebas más que suficientes de esa amistad especial.

-Tengo la impresión de que la amistad era recíproca y mi admiración era correspondida por su parte. Encontré siempre esa receptividad y tuve una serie de referencias siempre que me sorprendieron, sin ser vanidoso. Me acercaron más a su personalidad, lo que era difícil porque no se prodigaba excesivamente. Pero él tenía numerosas muestras. A mí incluso me llegaba a molestar que cuando estaba en un acto oficial se saltase el protocolo institucional para venir a saludarme, a contarme algo, a darme un abrazo...

-¿Cómo lo definiría?

-Es difícil. Yo no tengo el criterio de la mayoría de la gente, claro, y precisamente mi criterio me permitió ser un amigo fiel y formal. Siempre he sido respetuoso, admirador y humanamente un incondicional. Era un hombre que yo acepté casi íntegramente. Y el conjunto de su personal era tan sumamente importante para mí que los aspectos parciales o particulares en que no coincidíamos no importaban.

Son contemporáneos (Raúl Grién nació un año después de Fraga), gallegos y ambos compartieron su pasión por la teoría política, la sociología, la historia y, sobre todo, por Latinoamérica. "Yo era una rara avis en su círculo de amistades, lo reconozco. Era una relación fuerte y excepcional que no tenía que ver con la política; quizás más intelectual", puntualiza Grién, que comió numerosas veces en el reservado del Vilas en sus encuentros en Galicia. En otras ocasiones lo acompañaba incluso a actos institucionales en Galicia y América. "Realmente la gente se preguntaba quién era yo. Ni militaba, ni tenía carné del partido, ni figuraba en las decisiones políticas... Yo simplemente coincidía con Fraga en muchos aspectos y en mi encontró una suerte de enlace que sorprendía a mucha gente, aunque nunca fui partidario de hablar de esto por mi enorme admiración hacia él", comenta Grién Docampo, que es patrono de la Fundación Alfredo Brañas. Lo especial de este vínculo eran las conversaciones, siempre en tono culto y de debate. "Yo trabajé en América Latina durante 22 años de mi carrera y él tenía muchísimo interés de modo que encontraba en mi referencias que le interesaban mucho, de hecho, se fue enamorando de Latinoamérica", añade el escritor coruñés. "Soy consciente de que él me consideraba culto, aunque no creo que sea tanto. Desde mi punto de vista, él me aportó más a mí que yo a él. Creo que nuestras largas charlas le servían para huir por momentos del más habitual y más repetido mundo de la política diaria. Por supuesto que era un apasionado de la política pero añoraba el debate de las ideas, el conocimiento. Quizás yo fuese como una evasión a su habitual dedicación y preocupación", reflexiona.