El ungüento amarillo

El ministro de Economía, Luis de Guindos, exconsejero de Lehman Brothers. / efe

El ministro de Economía, Luis de Guindos, exconsejero de Lehman Brothers. / efe

El ungüento amarillo, ya sabes querida Laila, es esa pócima mítica que cura todas las enfermedades y remedia todos los males. Lo que para Don Quijote era el bálsamo de Fierabrás.

Allá por los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, cuando los seminarios católicos en España estaban llenos de "vocaciones", se dio en llamar ungüento amarillo, entre los estudiantes de derecho canónico, a un silogismo, tan simplón como falso, que servía para argumentar a favor de todas las facultades jurídicas y privilegios que la institución eclesiástica se atribuía. "¿Goza la Iglesia legítimamente de tal o cual potestad?". La respuesta siempre era la misma: "Las sociedades perfectas tienen esa potestad, es así que la Iglesia es sociedad perfecta, luego la Iglesia goza de ella". Pues bien, querida, Mariano Rajoy y el PP han dado con su ungüento amarillo, que no es otro que los cinco millones de parados y la necesidad de crear de empleo. Cualquier cosa, aunque nada tenga que ver con el asunto, se sostiene con este argumento. Incluso lo que va en sentido contrario. Se reconoce que la reforma laboral no crea empleo y se sabe que, si algún día, siempre lejano, se llegan a crear puestos de trabajo por otros mecanismos, el resultado será un empleo más precario, con menos derechos, con menos protección social, con salarios más bajos, en condiciones más indignas y con mayor, y más general, sufrimiento. Se nombra ministro de economía nada menos que a un exconsejero de Lehman Brothers. Se asume el absurdo de facilitar el despido para crear empleo. Pero es igual. Todo se justifica con la exhibición demagógica de una gran preocupación por los cinco millones de parados. Es el ungüento amarillo del manual de argumentación del PP, que no cesan de aplicar sus políticos, tertulianos afines y estrategas de la agitprop neoliberal española. Es la munición retórica, de pésima calidad, que esgrime el catecismo del PP.

No hace falta ni pensar. El ungüento amarillo vale para todo. Hasta para justificar que el Gobierno de Madrid y la Generalitat de Barcelona compitan por adular a Sheldon Adelson, el capo americano del juego y del vicio que, por cierto, viene del sector del ladrillo y que ofrece montar en España un paraíso de la corrupción y del blanqueo, exento del cumplimiento de leyes vigentes para todos en materia de fiscalidad, protección de menores, prostitución, juego, extranjería, urbanismo y otras normas que nos hemos ido dando para nuestra protección colectiva y nuestro bienestar. El argumento para competir por establecer "legalmente" este nido de delincuencia y de corrupción, aun a riesgo de resultar estafados como ha sucedido en casos similares, es también el ungüento amarillo. Ofrece el capo 260.000 puestos de trabajo. ¿De trabajo? He aquí el avieso camino para la modernización, la excelencia y la competitividad de nuestro tejido productivo. ¿Productivo?

Cuando Don Quijote y Sancho fueron apaleados por el arriero, la asturiana y el ventero, trataron de curarse con el bálsamo de Fierabrás. Mezclaron en la alcuza aceite, romero, sal y vino rezando sobre la mezcla "ochenta paternostres, y otras tantas avemarías, salves y credos y de aquel brebaje bebieron el caballero y su escudero". Túvose ilusamente por sano el caballero, pero Sancho "comenzó a desaguarse por entrambas canales" y de aquella cagalera dio razón don Quijote: "Yo creo, Sancho, que todo este mal te viene de no ser armado caballero, porque tengo para mí que este licor no debe aprovechar a los que no lo son".

Y yo tengo para mí, querida, que una explicación similar oiremos los escuderos cuando suframos los diarreicos efectos de este ungüento amarillo o bálsamo de Fierabrás.

Un beso.

Andrés

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