Aunque no paguen el peaje en dólares, los gallegos circulan desde hace años por autopistas pertenecientes a un banco de Norteamérica. Nada más lógico. Galicia es un lugar del Oeste (de Europa) y parece natural que sus grandes vías de comunicación sean propiedad de un país como Estados Unidos al que cumple el mérito de haber popularizado el género del western. Entre vaqueros y vacas anda el juego.

La venta que convirtió a las autopistas en highways se remonta al año 2009, por más que ahora vuelva a ser noticia de orden subalterno el hecho de que los minoritarios accionistas españoles quieran deshacerse del paquete que aún conservan en su poder. No está el mercado para muchas alegrías, de modo que se da por supuesto que el Citigroup se hará con esas participaciones, elevando así a un 100 por ciento la propiedad que ya ejercía en porcentaje mayoritario.

Quizá los patriotas de plantilla consideren que esta desnacionalización del capital de las autopistas es una afrenta comparable a la pérdida de Cuba, aunque no parece que al grueso de la población le preocupe gran cosa el asunto. No es que haya menguado el espíritu antiyanqui de los españoles que suelen manifestarse contra los USA vestidos con vaqueros Levi's y un Winston en la boca. Simplemente, los agobios de la crisis han relegado a un segundo plano esas fobias: y a ello hay que añadir la circunstancia de que los españoles -gallegos incluidos- acepten cada vez con mayor naturalidad los efectos de la globalización de la economía.

Los propios estadounidenses tuvieron que resignarse en su día a que el capital japonés entrara a saco en Hollywood, santo y seña de su industria cultural. Y tampoco los británicos hicieron grandes aspavientos cuando una constructora española se adjudicó la gestión del aeropuerto de Heathrow, una de cuyas terminales fue acristalada -dicho sea de paso- por una empresa de Lalín. Quiere decirse que ni aquí ni en Pekín es posible ya ponerle puertas al campo: y mucho menos al capital que vuela a aquellos lugares donde el clima resulte más beneficioso para sus intereses.

Otra cosa es que la Autopista del Atlántico represente la columna vertebral de las comunicaciones de Galicia y, por tanto, una infraestructura de carácter estratégico. Ya lo fue durante su dilatada construcción que, según los cálculos de los economistas, habría aportado más de un billón de pesetas al PIB gallego; pero aún resulta más notable la repercusión que sigue ejerciendo sobre la economía del país. Baste decir que su trazado vertebra un territorio en el que se concentra más de la mitad de la población y tres cuartas partes de la producción de bienes y servicios de este reino.

Tanto da a esos efectos que la propiedad de la autopista sea española, norteamericana o de Corea del Sur. Los americanos, un suponer, no se escandalizaron por la irrupción del capital japonés en su sancta sanctorum de Hollywood que, como es natural, continuó produciendo las mismas películas que antes. Por la misma razón, es de suponer que la autopista atlántica seguirá deparando a la economía de Galicia los beneficios que ya le proporcionaba.

Si acaso, podría exigírsele a los propietarios norteamericanos que hiciesen honor a las tradiciones de Hollywood convirtiendo la AP-9 en una autopista de película: bien asfaltada, limpia de matorrales y a un precio razonable para el usuario. Pero tampoco hay que esperar milagros.

anxel@arrakis.es