Mitt Romney, el más conservador de los dos candidatos a la presidencia de Estados Unidos, ha dejado caer que le importan una higa los americanos que solo aspiran a vivir de la sopa boba del Estado (o del Gobierno, como allí se dice). Ese grupo de pobres holgazanes adictos al subsidio equivaldría, según sus cálculos, al 47% de la población de Norteamérica: cuantioso porcentaje que en opinión de Romney es el que sostiene electoralmente a su rival Barack Obama.

Algo más sutil, su colega aspirante a la vicepresidencia Paul Ryan precisó que él y su jefe no están interesados en distribuir la riqueza del país, sino en crearla o ayudar a que los emprendedores la creen.

Tales propósitos han suscitado un no pequeño escándalo en Europa, donde este tipo de crudezas suelen ser mal recibidas. Muy pocos votos -si alguno- iba a recaudar, desde luego, el político que en España propusiera a sus electores buscarse la vida por sí mismos sin esperar nada del Estado. No obstante, resulta de lo más natural en Norteamérica, donde el presidente demócrata Kennedy hizo famosa esta frase de su discurso inaugural: "No pregunten lo que su país puede hacer por ustedes; pregúntense lo que pueden hacer ustedes por su país". Más o menos lo mismo que ha venido a decir -con algunos toques de brocha gorda- el ahora candidato republicano Romney.

Curiosamente, la idea de que cada cual debe apañárselas por su cuenta la asumen también los países más prósperos de Europa. Día sí y día también, las naciones ricas del continente reprochan a los más menesterosos socios del sur su escasa afición a la faena y su mucha devoción por el subsidio. Si el conservador Romney desdeña en Estados Unidos a esa parte de la ciudadanía que, a su juicio, prefiere vivir de la subvención antes que del trabajo, otro tanto hacen a este lado del Atlántico los dirigentes con mando en la plaza de Europa. También ellos opinan que Grecia, Portugal, España e Italia se dedicaron a vivir de los subsidios y de fiado hasta que las deudas les han impedido seguir haciéndolo.

Ese mismo concepto es el que probablemente haya alentado los deseos de independencia de Cataluña. Sus gobernantes no paran de quejarse de que el trabajo y los impuestos de esa laboriosa parte de la Península estén sirviendo para sufragar los PER, las prestaciones sociales y el dolcefarniente de las gentes del sur de España. Lo dijo el otro día sin rodeos el presidente Artur Mas: "La España del Norte se ha cansado de la del Sur, al igual que la Europa del Norte también se ha cansado de la sureña". Atrás quedan los viejos principios de solidaridad y redistribución de los bienes que informaron el nacimiento de la actual Unión Europea, a la que España y la propia Cataluña deben algunas de las carísimas infraestructuras que tal vez no hubieran podido afrontar sin el dinero de la ahora pérfida Alemania.

Extraña, por tanto, el alboroto suscitado aquí por el programa que bajo el lema Sálvese quien pueda presenta el conservador Mitt Romney a las elecciones de Estados Unidos, acaso más decisivas para España que las nacionales. Quizá el candidato republicano se haya expresado con rudeza al proclamar abiertamente su desdén por el reparto solidario del bienestar; pero lo que propone no es nada distinto de lo que en la práctica están haciendo en Europa las naciones más acaudaladas. Se conoce que los pobres estorban en tiempos de crisis.

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