"Siempre que entrábamos en un restaurante nuestra mesa se convertía en el centro de atención general. Y no era por mí, que por entonces era un desconocido y, como aún no tenía barba, parecía insignificante", sino por Herminia: "Llamaba la atención por su belleza típicamente española.... Por su pelo negro partido en raya al medio y recogido en la nunca... Resultaba extraordinariamente atractiva", escribiría en sus memorias muchos años después Nubar Goulbenkian.

Hermina era Herminia Borrell. En realidad, Herminia Rodríguez Feijóo Borrell, una joven coruñesa hija de una familia hidalga de Camariñas que había hecho fortuna en Cuba y de unos antiguos salazoneros venidos de Cataluña.

Sus padres la enviaron a estudiar inglés a Londres -acompañada por la tía Lala- y en los salones de baile londinenses conoció al extravagante y multimillonario Nubar Goulbenkian, hijo de una de las mayores fortunas del mundo, el famoso rey del petróleo Calouste Goulbenkian, de progenie armenia y conocido como Mister cinco por ciento por el porcentaje de las ganancias que cobró por la venta de acciones de sus compañías petrolíferas.

Los Goulbenkian vivían en Londres, tenían casa en París y veraneaban en las playas de Dauville o de la Costa Azul. Calouste era un gran coleccionista de arte. Su valiosa colección se guarda hoy en la Fundación Goulbenkian de Lisboa.

Era lógico que Herminia deslumbrara al joven Nubar con su belleza y su porte moderno. Ya había causado sensación cuando fue introducida en sociedad en una fiesta de Emilia Pardo Bazán en las torres de Meirás, con una alba capa larga, del brazo de su tío el general Miguel Feijoó, hermano de otro general, el popular Ambrosio Feijóo.

En 1918, Nubar y Herminia empezaron a coquetear en Londres. Se vieron con frecuencia allí y siguieron haciéndolo en París. Un año después, ella regresó a A Coruña y acudió a una fiesta del Nuevo Club con un turbante y una perla colgando sobre la frente. Toda una señal.

Nubar vino a visitarla a A Coruña y los padres de Herminia se desvivieron. Lo trataron, reconoció él en sus memorias, "con exquisita cortesía". Hasta lo acompañaron a la catedral de Santiago a ver la imagen de Santiago Matamoros.

Tras la visita coruñesa, vino el anuncio de boda y Calouste, que hubiera querido un matrimonio pactado para su hijo como el de su hija Rita -que se casó con otro potentado armenio, Essayan-, reaccionó expulsando de los negocios a Nubar, quien se fue a trabajar a una compañía de la competencia.

Herminia y Nubar se casaron al fin en 1922 por lo civil en Londres. Ella quería ir de negro pero su tía la disuadió. Solo asistieron Lala y su madre. El padre envió un telegrama desde Cuba: "Lamento la decisión de Hermnia". El matrimonio quedó bendecido después en una ceremonia por el rito armenio en una suite del hotel Ritz, donde Nubar tenía su residencia y donde se quedó a vivir la pareja, tras pasar la luna de miel en Dauville.

En los seis años que duró el matrimonio se sucedieron los viajes, las fiestas y los fastos. En uno de esos viajes, en Lago Maggiore, Herminia, que fue la primera mujer española en tener carné de conducir pero era pésima conductora, estrelló sin piedad el Hispano Suiza de Nubar.

Dejaron el hotel Ritz y se trasladaron a vivir a una casa en Park Lane y con esa decisión llegó el desastre porque Herminia era todo menos buena ama de casa. Los magnates del petróleo no le interesaban gran cosa y, cuando tenían invitados, olvidaba con frecuencia dar órdenes al servicio. Las diferencias entre Nubar, un sibarita, amante de la alta cocina, y Herminia, más bien frugal, se hicieron mayores.

Nubar se fijó en una bailarina pelirroja en el Casino de Cannes y Herminia no lo toleró y pidió el divorcio. Volvió a A Coruña con sus joyas, una renta de 300 dólares mensuales y su perro pekinés. Tenía 30 años y mantenía la belleza y el aspecto deportivo que la habían hecho famosa. Montaba en bicicleta por la ciudad. Se compró una moto que no llegó a usar y la puso en el salón de su pazo de Sigrás, entre obras de arte, sargadelos y muebles de época. Allí irá a parar años más tarde su viejo seiscientos, en cuyo interior dormía al final de sus años rodeada de perros, ovejas, vacas... Un día de febrero de 1971 la descubrieron entre la suciedad, moribunda, desnutrida y delirando en el arruinado pazo. Tenía dinero y posesiones pero parecía una mendiga. La llevaron con engaños al hospital y murió poco después. Al cabo de un año falleció Nubar, que se había casado por tercera vez. La necrológica del The Times citaba a a Herminia como la spanish beaty.