Fueron la peña de La Peña, un café situado en la calle Real, del que no queda la menor huella. Allí se reunían gentes de toda laya y entre la clientela asidua estaba un grupo de artistas e intelectuales de vanguardia, muchos de los cuales ya habían despuntado y otros lo intentaban. Por La Peña pasó la flor y nata de las artes y las letras coruñesas y algún que otro foráneo como el gran escultor madrileño Ángel Ferrant, que llegaría a ser premiado en la XXX Bienal de Venecia. Ferrant había obtenido una cátedra en la Escuela de Artes y Oficios de A Coruña en 1918 y se quedó a vivir en la ciudad durante dos años, un tiempo en el que acudía a La Peña y tenía como contertulios al ilustrador Luis Huici, el arquitecto Rafael Rodríguez del Villar, el periodista Luis Labadie, los pintores Manuel Abelenda y José Seijo Rubio, el escultor Santiago Bonome, el dibujante Álvaro Cebreiro, el arqueólogo Ángel del Castillo, el artista plástico Ramón Núñez Carnicer, el poeta y animador cultural Julio J. Casal o el escritor Julio R. Yordi, entre otros.

La mayor parte de los asistentes a la peña de La Peña -que ocupaba un lugar estratégico, cerca de la sede de periódicos como El Noroeste y de las revistas de entonces, y rodeado de tiendas de música, de zapateos o de sombrererías-solía colaborar en las publicaciones más destacadas, de Vida, a Alfar, Luz o Ronsel, cuando no eran algunos de sus propios responsables.

La Peña fue también un imán para las figuras de la cultura gallega de aquellos años que, a su paso por A Coruña, asistían a la tertulia de la calle Real. Era el caso de Castelao, el escultor cambadés Asorey o del pintor ourensano Fernández Mazas, pero también del escritor Eugenio Montes, afincado en Madrid; de Valentín Paz-Andrade o del crítico Enrique Díaz Canedo.

La lista de peñistas da idea de la mezcla de intereses y diferente talante. "Ellos y otros muchos contribuyen a que La Peña tenga una tertulia viva, fluente y palpitante, y no sea un coto cerrado en el que pontifica un ser superior", escribió Julio R. Yordi acerca de aquella reunión de antaño más de treinta años después en un libro que hoy puede considerarse una rareza: La Peña y la peña, ilustrado por Ramón Núñez Carnicer.

"Si nuestra peña no tuviera otros méritos podría siempre atribuirse el de su permeabilidad. Nosotros, los otros y los demás representan simples categorías de asistencia pero el acceso a La Peña confiere plenitud de derechos, sin restricción alguna", añade Yordi en su viaje a su propia juventud y a la de su generación artística, que quizá haya sido una de las más brillantes que ha tenido no solo A Coruña sino Galicia.

La Peña tenía billar, veladores, una gran barra de mármol y mamparas. La mampara más importante era la que formaba la peña, que hacía caso omiso al billar. El café estaba regentado por el mal encarado don Ricardo. Lo acompañaba su mujer, doña Estrella, siempre tras el mostrador y atenta a las conversaciones de la clientela y sobre todo de los tertulianos. Baltasar, una mole venida de Cuba, era el camarero, que a menudo olvidaba el número de veces que rellenaba la copa de los miembros de la peña.

Los tres eran testigos de las discusiones del grupo y de sus arranques cantores, que podían incluir desde el fragmento de una ópera a una foliada o un alalá.

En La Peña se hablaba de todo, incluso de "aquello que una sensata reflexión pone al margen de las discusiones", dice Yordi. El último libro de poemas, la nueva novela o el reciente ensayo son objeto de disección y eran tratados, asegura, "con el respeto que se debe a la labor intelectual y con la falta de respeto a que obliga la verdad".

En el calor de La Peña se preparaban también conferencias y organizaban exposiciones. "Cierto -admite- que son pocas las primera y menos las últimas, pero nos dan tema para muchos debates en nuestra reunión".

"Publicamos revistas como Vida, de escasa duración y que nos proporcionó momentos de extraordinario placer, y Alfar, casi por completo al cuidado de Julio J. Casal en un principio y después totalmente, de dilatada existencia, y abundante, como la anterior, en excelentes trabajos de muchos de nosotros".

"Juntos asistimos a conciertos, y junto comimos -en una prolongación de horas de La Peña- sirviendo de motivo cualquier asunto. Cenas de despedida, comidas de bienvenida, homenajes de felicitación por un triunfo, celebración de íntimas efemérides, todo nos llega a agotar, pero tercamente seguimos buscando temas para comer juntos como si el hecho de comer sin un pretexto fuese algo abominable". "Y en definitiva, por encima de todo, vivimos".

Así era la peña de La Peña.