Si es difícil la misión que hoy debe dilucidar el juez Juan Luis Pía que, finalizado el juicio del caso Prestige, este magistrado presidente del tribunal y titular de la Sección Primera de la Audiencia Provincial de A Coruña quiso abrir una ventana para que entrara aire fresco en el procedimiento al considerar una "barbaridad" la mezcla en el mismo proceso de aspectos penales y civiles, derivados de los planteamientos de las partes en litigio y las responsabilidades de los imputados y, ahora que está de moda, los desimputados y testigos que poco o muy poco han aportado.

Al menos es lo que uno entendió en aquel momento, el pasado verano. Máxime cuando el magistrado juez descargaba posiblemente su conciencia manifestando que en la causa no estaban todos los que son al señalar que "hay más implicados en los juzgados".

¿Eran todos los que estaban?, se pregunta el arriba firmante.

El comentario del magistrado Juan Luis Pía cuando se ponía fin al juicio, no fue bien recibido por los abogados del caso.

El expresidente de la Xunta y catedrático de Economía Aplicada de la Universidade da Coruña Fernando González Laxe, al referirse a la catástrofe del Prestige, recordaba la semana pasada que él y Juan Luis Pía habían sido compañeros de clase, y apuntaba que, en cuanto a la sentencia del caso, "no le arriendo las ganancias". Porque Pía no va a ganar nada. Ni siquiera prestigio, probablemente, por más que parezca un juego de palabras.

Hombre de apariencia seria -que no lo es en los momentos relajados-, el que fue entonces el juez más joven de España a sus 23 años, tiene hoy en sus manos el que, con casi total seguridad, va a ser un punto y seguido en el proceso del Prestige, la mayor catástrofe marítima por sus consecuencias de cuantas hasta ahora se han registrado en España. A saber cuántas veces Juan Luis Pía se habrá acordado de la ría de su Ortigueira natal antes de analizar las cuestiones planteadas en el caso que él, y solo él, debe resolver.

Una larga experiencia cimentada en actuaciones desarrolladas en anteriores destinos -Ferrol, por ejemplo, donde fue juez decano- da testimonio de una entrega en la que el juez no ha renunciado a "llevar el trabajo a casa" si el tiempo en los juzgados era insuficiente. Tampoco le habrá importado dejar de lado su mayor afición: la lectura. Incluso puede haber recordado sus pasados tiempos de colaborador de la añorada La Voz de Ortigueira, donde escribía bajo seudónimo, porque la querida "berza" (así denominada por ser editada en papel de color verde y, finalmente, blanco) atraía desde los tiempos de la primera República a cuantos de verdad se implicaban en la defensa de su tierra, de su comarca.

Dos nietos y un tercero en camino jalonan la andadura familiar de un magistrado que figura entre los primeros 50 de España para acceder a la Audiencia Nacional -puesto al que renunció hace unos años- y que ahora se enfrenta a la que, probablemente, sea la sentencia más esperada no solo aquí, sino en el mundo por las implicaciones que de ella pueden derivarse para, por ejemplo, las compañías aseguradoras, los gobiernos de los estados y las empresas navieras, amén de los oficiales de los buques de transporte.

Es seguro, al menos para mí, que se quedarán al margen de la sentencia personas y personajes que debieran haberse sentado en el banquillo de los acusados; pero en su momento se rechazó tal posibilidad y el cesto no se ha podido completar por falta de mimbres. Tal vez en los recursos posteriores -que es casi seguro se presentarán- todavía se pueda modificar la decisión que hoy conozcamos. Pero el juez Juan Luis Pía habrá cumplido su misión y podrá volver a la lectura reposada y a la visita serena a la tranquila vila de Ortigueira, reflejada constantemente en la ría de ida y vuelta.