José Ignacio Torreblanca (Madrid, 1968) es uno de los analistas geopolíticos más influyentes de España. Es profesor de Ciencia Política en la UNED y director en Madrid del European Council on Foreign Relations (ECFR).

-La UE es la mayor economía del mundo, el segundo bloque comercial y la segunda fuerza militar del planeta. ¡Pero invaden un país en su frontera y se queda bloqueada!

-Eso muestra las limitaciones del proyecto europeo, pero también su lógica. Europa ya ha hecho todas esas cosas horribles que los demás siguen haciendo: un papel duro en las relaciones internacionales basado en la coacción, el uso de la fuerza militar, la existencia de estados-nación con una identidad muy fuerte y celosos de su soberanía. La pacífica Europa representa la superación de todo eso, por eso nos han llamado una 'potencia metrosexual'. Y enfrente nos hemos encontrado con Putin.

-Que es todo lo contrario.

-Sí, como demuestra su puesta en escena cazando con el rifle y el torso desnudo. Su vocación es reconstruir el imperio soviético, cuando ninguna potencia europea añora su imperio. Por eso estamos perplejos ante Putin. La suya es la mirada de la cobra que te paraliza. Eso puede ser una debilidad, pero también una fortaleza. Porque Europa ha generado dos guerras mundiales: ya nos hemos suicidado económica y moralmente con el Holocausto. Es normal que nos cueste mucho enfrentarnos con esa lógica bélica. Ya no mandamos a nuestros hijos a morir como ocurría antes. Es como vivir en un mundo de carnívoros siendo un herbívoro.

-¿Sirve una entidad política que regula las aceiteras de los bares pero que es incapaz de dar una respuesta a la inmigración?

-Efectivamente, nos hemos concentrado obsesivamente en hacer algo que al mismo tiempo es muy necesario: porque la base de nuestra riqueza es un mercado interior de 500 millones de habitantes donde los productos circulen libremente. Y para ello se necesita una regulación. Pero las personas no son productos. Y cuando viajan, no son solo trabajadores. Son ciudadanos: tienen derechos sociales, necesidades educativas y sanitarias. Ha habido ceguera en esta cuestión de la libertad de movimientos. El problema proviene de que Europa no posee una política común de inmigración; solo una de control de fronteras.

-El populismo florece en Europa y los ultras se frotan las manos ante las próximas elecciones europeas. ¿Culpa de quién?

-La responsabilidad primera es de los demagogos que usan esos discursos manipulados que ven la solución en la vuelta al estado-nación, las vallas altas y la expulsión de inmigrantes. Ahora bien: los europeos han prestado poca atención a cómo se distribuyen los costes de la crisis. La integración europea no beneficia por igual a un joven con estudios que a un parado sin estudios.

-George Steiner abogaba por un liderazgo de Europa no basado en cuestiones económicas o políticas, sino en la cultura. La valla de Melilla, las tragedias de Lampedusa, el ascenso de Marine Le Pen, el cerrojazo suizo? ¿Toca repensar su frase?

-Europa se suicidó ya una vez cuando mató a sus judíos: toda la riqueza cultural se hundió. Y ha vuelto a suicidarse otras veces al amputarse partes de su diversidad. Con la inmigración ocurre lo mismo: no creo que nuestras sociedades puedan sobrevivir, incluso democráticamente, sobre la base de esta homogeneidad forzada de rechazo al extranjero. Ése es el reto. Y la gente no ha percibido todavía que tú no puedes quitarte la inmigración con argumentos económicos e identitarios sin que eso te empeore como sociedad y proyecto.

-Usted es lobbista para condicionar la política. Eso no es bien visto en España?

-El activismo está cambiando y tal vez sea lo mejor de esta crisis. Antes, muchas ONG se definían como apolíticas. Eso es un error: si usted se define como apolítico, algo va mal. Usted necesita la política para que se lleven a cabo sus reivindicaciones o necesidades. Habrá de hacer lobby. El problema es que tenemos una visión sucia de la política y la consideramos incompatible con los fines nobles. Con las crisis, la gente está entendiendo que los recursos son escasos. Y que hay que luchar y movilizarse por lo que a uno le importa. Vivimos en una situación de politicofobia. Aquí no tenemos populismo, pero sí un hartazgo de la política que, siendo comprensible por muchas razones, genera que se machaque a la gente que está en política por muy nobles motivos. Separemos las manzanas podridas, pero no pensemos que la actividad en sí es corrupta.