El 17 de mayo de 1995 quedó marcado en Madrid como el día en el que las floristerías de la capital de España agotaron sus existencias. Todas las flores acabaron en el cementerio de La Almudena. Allí fue enterrada La Faraona, quien tuvo uno de los sepelios más multitudinarios que se recuerdan.

Más de 150.000 personas llegadas de toda España guardaron cola, bajo un sol de justicia, para dar el último adiós a Lola Flores en la capilla ardiente instalada en el Centro Cultural de la Villa, cuyo cadáver se exhibió amortajado con mantilla blanca en un ataúd abierto. A punto de cumplirse veinte años de la muerte de la reina del artisteo -el 16 de mayo de 1995, a los 72 años, víctima de un cáncer-, España no ha encontrado relevo para la bailaora jerezana, quien además dejó a la deriva a su familia. El clan de los Flores se ha ido marchitando en estas dos décadas y aunque los descendientes de La Faraona se mantienen en el mundo del espectáculo, su éxito y gloria quedan muy lejos de los de la matriarca. No quedan hombres del famoso clan, descabezado con la muerte de la artista. A los 15 días de desaparecer Lola Flores, lo hizo su hijo Antonio, y cuatro años después, su marido, Antonio González, El Pescaílla. Ninguno pudo siquiera asistir al entierro. Antonio, el hijo adorado de Lola, estaba sumido en una profunda depresión que, cuentan, sobrellevaba con la ayuda de la artista. Sin ésta, el mediano de la familia, quien había tenido severos problemas con las drogas, se quedó sin motivos para seguir adelante. Y a finales de mayo de 1995 su cadáver fue hallado en la casita que Lola había habilitado para él en la finca familiar de Madrid, El Lerele. Antonio no había superado la muerte de su madre y una elevada dosis de alcohol y barbitúricos se encargó de llevarle junto a ella a los 33 años. Demasiados disgustos para El Pescaílla, quien cuando su esposa falleció tenía 69 años y una maltrecha salud. El cantante, compositor y guitarrista penó cuatro años más y en noviembre de 1999 murió de una enfermedad hepática.

La fuerza y garra de La Faraona, capaz de sobreponerse a los envites más duros que le deparó la vida (la drogadicción de su hijo, los problemas con Hacienda, un cáncer de mama...), han sido heredadas por sus hijas: Lolita, la mayor, y Rosario, la pequeña. Ambas siguen al pie del cañón, aunque con una trayectoria desigual y con altibajos. Y juntas han sabido mantener viva la memoria de Lola Flores sin manchar el nombre de su madre. No ha sido por falta de ofrecimientos, algunos muy suculentos. Tampoco (de momento) las nietas de la genial artista, Elena (hija de Lolita) y Alba (de Antonio), que luchan por abrirse hueco en el cine. El nombre de Lola Flores pesa y mucho, para bien y para mal, en una España que siguió todos y cada uno de los movimientos de La Faraona. Gitana, se casó embarazada con El Pescaílla cuando éste ya tenía una hija. Su topless en Interviú pasó a la historia, al igual que la frase que espetó en la boda de Lolita agobiada por la multitud: "Si me queréis, irse". Genio y figura, ella se fue hace 20 años y La zarzamora, canción que sonó en su funeral, sigue llorando su ausencia.