Durante los últimos cuatro años, el popular Jaime Castiñeira ha mascado la frustración de ser el candidato urbano de su partido con mayor porcentaje de voto, pese a quedarse a un edil de la mayoría absoluta. Desde entonces, el socialista Xosé López Orozco ha sufrido varias imputaciones judiciales, la acusación por parte de Aduanas de cobrar sobornos y la confesión de su ex número dos, Francisco Liñares, de recibir mordidas, además de la ruptura del pacto con el BNG. A pesar de ello, el desplome de voto socialista de 11 a nueve ediles le permite al expresidente del PSdeG mantener el bastón de mando y a su partido, la diputación.

Pero la figura del regidor se ha convertido en el escollo para sellar un acuerdo con Lugo Novo y BNG, que piden su cabeza. Sin ese pacto, el próximo día 13 Castiñeira se convertiría en alcalde y abriría una crisis en la izquierda. El PSdeG ha aparcado la prudencia y se ha lanzando en tromba, con su secretario xeral a la cabeza, a defender al mentor de este. Las tensiones marcan ya el post 24-M y anticipan un mandato complicado en la ciudad lucense, como lo fue el último, donde Orozco prorrogó sus cuentas desde 2012 después de que el Bloque abandonase el gobierno local.

La importancia de Lugo radica en que es la única ciudad donde es el PSdeG el que gobernará apoyándose en una marea, el escenario que a priori podría ser el que facilitase el cambio en las autonómicas de 2016 o incluso a nivel estatal. Su funcionamiento será examinado con lupa y comienza ya con posturas irreconciliables.