Un chaval con aspecto de mendigo entra en El Universal y se dirige a García Lorca, que acaba de pedir un café y un coñac al camarero: "Señor García Lorca, ¿por qué no me invita usted a un pepito? Hoy todavía no he comido".

Es otoño de 1931 y la escena transcurre en Madrid. El protagonista es el joven coruñés Serafín Fernández Ferro (A Coruña, 1914-México, 1957), que narra sus miserias al poeta. No tiene un céntimo, quiere trabajo y está dispuesto a prostituirse. A Lorca no le atraen los "muchachos venales" pero sabe a quién puede interesar.

Ambos acuden a la casa de Vicente Aleixandre, en Velintonia, donde escribe unas notas de recomendación, entre otras al poeta Manuel Altolaguirre y a su mujer, Concha Méndez, que contratarán a Ferro de linotipista en su nueva imprenta, y a Luis Cernuda, para el que ve en Ferro un compañero ideal... si no lo idealiza demasiado.

"Querido Luis: Tengo el gusto de presentarte a Serafín (he estado luchando con tres plumas) [en sentido figurado y en el literal, pues tuvo que recurrir a tres diferentes para escribir el texto]". "Espero que lo atiendas en su petición".

Cernuda sucumbió de inmediato a los encantos del joven coruñés, que entonces tenía 17 años -aunque se ponía algunos más, mientras el poeta, que le llevaba otros tantos, se los quitaba-, y se convirtió en su gran amor. La relación fue breve -no más de medio año- y tormentosa, pero dejó un poso definitivo en el poeta sevillano, al que inspiró varios poemas, le dedicó Los placeres prohibidos y cuya ruptura dio lugar a su obra mayor, Donde habite el olvido. "Mi arcángel", llamará Cernuda a Serafín, al que describe también como "ángel terrible" y "alimaña hostil".

"Ángel, demonio, suelo de un amor soñado", escribiría en un poema. O "serpiente que llevo hace tiempo enroscada a mi corazón", dice en Donde habite el olvido. En la contraportada, una misteriosa ese en forma de serpiente que muy pocos supieron interpretar. Ya al final de su vida, el poeta reconocería que fue una relación "sórdida" y su actitud con Serafín, "demasiado cándida y demasiado cobarde".

Así fue como Ferro se introdujo en lo que Lorca llamó el epentismo, el círculo de homosexuales de la Generación de 27, con los que el jovencísimo coruñés se relacionó y cuyas tertulias frecuentó, entre otras la del diplomático y escritor chileno Carlos Morla Linch, a la que iban los dos poetas andaluces, Rafael Martínez Nadal y los gallegos Eduardo Blanco Amor y Ernesto Guerra da Cal, y donde literatura y actualidad se combinaba con historias de amores y celos.

Xesús Alonso Montero no duda que Lorca y Serafín "fueron amantes, aunque quizá ocasionales", y otros testimonios coligen que más que un triángulo pudo haber "todo un polígono amoroso", del que formarían parte Blanco Amor, homosexual confeso; Morla e incluso Guerra da Cal, ambos casados.

Serafín, sin embargo, prefería a las mujeres y, dos años después, en 1933, se fue a vivir con Catuxa, una lucense guapa y casi analfabeta, a un lóbrego cuchitril cercano a la plaza de la Cebada.

Ferro, de una familia numerosa y de anarquistas, se había ido a Madrid andando -cuenta Martínez Nadal- siguiendo a dos hermanos mayores, Amadeo y José, activos militantes de la CNT y de la FAI, que se dedicaban a la instalación de luminosos en los edificios.

Guerra da Cal -la mano que corrigió los seis poemas gallegos de Lorca- cuenta que el joven leía con pasión a los clásicos del anarquismo (Bakunin, Proudhon) y los Cantos de Maldoror, de Lautréamont. También a Rosalía, Curros y Pondal. Y hasta los tomos de una enciclopedia que vendía para ganarse la vida.

"De gracioso gesto y voz dulce", lo describió Lorca, y Guerra lo tildó de "golfantillo intelectualizado con aires de elfo rizado y moreno". Y más o menos así lo retratan las fotos tomadas por Ramón Gaya, que lo dibujó a carboncillo y a color, y José Moreno Villa.

Escribió versos en castellano (Enamorado de nadie) y en gallego (Nouturnio de membranza, que dedicó al poeta Gil Albert) y fue actor en Sierra de Teruel, filme basado en la obra de André Malraux L'espoir. En 1935, después de hacer el servicio militar en el Regimiento número 3 de Infantería de Oviedo durante la Revolución de Asturias, regresó a A Coruña, donde la Guerra Civil le sorprendió y frustró su intento de estrenar obras de Yeats y Antón Villar Ponte con el grupo que dirigía, Keltya. Huyó a Portugal y a México, donde acabó pobre y malcasado.