Es un cuento. Un tener que ir a la trágala por parte de los volanteiros gallegos a los que, una vez más, se les cierra toda posibilidad de pesca porque, mediado el mes de mayo, han agotado la cuota de 30.000 kilos de merluza asignada. Tarea imposible, tanto como lograr vivir todo el año de semejante "concesión" aún reconociendo que hay embarcaciones menores que, efectivamente, lo logran. Pero estas no tienen que hacer frente a los salarios de una decena de hombres, ni a los gastos que conlleva el simple hecho de hacerse a la mar.

La merluza era, hasta hace un par de años, una especie de panacea que permitía vivir a los volanteiros. En Cedeira pueden dar fe de ello. Hasta el punto de que algún armador, a la vista de lo que consideraba era una posibilidad absoluta de supervivencia, llegó a adquirir otros dos barcos para dedicarse a este arte. Pero vino la rebaja del tío Paco y, en la actualidad, los tres buques están en pérdidas.

Los volanteiros protestaron. Fueron los que abrieron la veda de la disconformidad concentrados durante unos días en los jardines compostelanos de San Caetano. Como si lloviese. Nadie veía nada, nadie escuchaba nada, los volanteiros no existían.

En medio de la protesta y creyendo que los perros se atan con longanizas, recogieron los bártulos y regresaron a sus casas, a sus puertos base. La Consellería do Mar reforzó amarras y no se movió un ápice: sus convencimientos debían de ser muy firmes porque, desde hace un año, permanece fondeada y de su "muerto" no la mueve ni el promotor del sursum corda, a quien los católicos perseverantes responden siempre "lo tenemos levantado (hacia el Señor)".

De la merluza no se puede vivir actualmente. Su precio en lonja oscila entre el 1,60 y los 2,30 euros, y los gastos que supone el arrancar motores y hacer frente a los gastos de una dotación mínima de tripulantes supone salir de puerto con pérdidas. Si a esto unimos que la espada de Damocles oscila constantemente sobre todos y cada uno de los volanteiros, sabedores de que la cuota no llega a fin de año, háblame del mar, marinero, que decía la hoy Pepa Flores, en tiempos Marisol.

La mesa de la volanta, una más de tantas mesas constituidas en Galicia, va con tiento, mucho tiento. Y algunos de sus componentes proponen volver al reparto común, de forma que cuando se agote la cuota, esta se acabe para todos y no como en la actualidad, que siempre quedan restos para aquellos que, por sus características especiales, han pescado menos que aquellos otros que más han podido lograr en cada marea.

Los volanteiros son pocos, es verdad; pero la cuota de merluza para ellos es cada vez más reducida. Será que también los quieren eliminar. Como a sus compañeros del cerco, otro segmento de flota que sostiene la protesta. Esta es lo único que pueden enarbolar como histórico, porque las suyas son protestas acumuladas, sostenidas y no enmendadas a lo largo de años de impaciencia, esperanza y desunión.

No hay merluza para los volanteiros más allá de esas 30 toneladas vergonzantes que apenas dan para que las manos se cubran de escamas en el momento de izarlas a bordo. Pero el mar está "cuajado", me dicen, de esa especie que con tanto mimo cuidan en Madrid y Santiago de Compostela, ciudades ambas con una gran tradición volanteira (gracias a los coches).

A ver si la Consellería se inventa algo, porque a lo mejor se puede incrementar la cuota coincidiendo, mire usted, con la proximidad de las elecciones, y la merluza se queda por aquí como lo ha hecho ya la abeja asiática, a quen o demo confunda. Amén.