Noviembre es un mes gris de días cortos y noches largas que conserva su nombre de cuando era el noveno mes del año. Brumario en el calendario de la gran revolución. Es el mes misterioso de los muertos porque se hace más fina que nunca la raya que separa el mundo de los vivos del más allá y es más fácil tomar contacto con los que añoramos. Por eso empieza con el día de los difuntos que los cristianos, como sucedió con tantas otras celebraciones, bautizaron como Todos los Santos, que también son difuntos. Recuerdo que, en mi infancia, nuestras madres cocían castañas con monda y hacían collares, atravesándolas con un fino cordoncillo, que nos colgaban a los niños del cuello y eran juego y golosina. Esto ahora no lo veo, aunque puede que persista la costumbre en algún sitio. La castaña es el fruto del otoño que fue básica en la alimentación humana durante siglos en amplias regiones de Asia y Europa. Era parte fundamental de nuestro cocido hasta que fue desplazada por la patata que llegó de América y palió las hambrunas de Europa. Dicen que fueron los romanos los que trajeron la castaña a Galicia, lo que no sé si es totalmente cierto, aunque sí lo es que los romanos fomentaron y extendieron su cultivo por todo el imperio. Y nosotros hicimos una fiesta, la del magosto, el gran fuego donde asamos las castañas de la cosecha, ponemos buena cara al mal tiempo, alumbramos con el fuego la oscuridad y digerimos con humor la fatalidad de la muerte. Comer, beber y danzar juntos y abrazados, que eso es la fiesta: la celebración de la vida y del amor para hacernos perdurables.

Brumosa y fría, casi gélida, es la etapa de nuestra historia y de nuestra vida colectiva que nos está tocando atravesar estos años, en lo que parece la cercanía de un durísimo invierno con mucha más oscuridad que luz. Tendremos que defendernos del frío, de la durísima intemperie y de la negra soledad, para lo que es imprescindible avanzar juntos y enlazados hasta la primavera que, indefectiblemente, llegará.

Nuestro brumario magosto, como todas las fiestas de los pueblos y de las gentes del común, es celebración comunitaria y colectiva de la resistencia y de la bien fundada esperanza porque seguimos siendo capaces de reír y danzar.