Lejos del boato de hoy en día, un acto casi furtivo sobre el césped del Camp Nou y una sesión fotográfica de Andrés Merce-Varela para la portada de la edición de France-Football del 13 de diciembre de 1960 son la constatación visual del gran pico individual del fútbol hispano. A Coruña puede presumir de que en esta península atlántica nació Luis Suárez Miramontes, el único balón de oro español de la historia. Esa entrega funcionarial ha ganado relevancia con el paso de los años y es una muestra más del excelso nivel de la cantera herculina en los 50 y 60. Hasta 43 futbolistas han ganado el Balón de Oro, A Coruña se puede considerar una ciudad más en esta relación, lo que la convierte en única ocurrió cuatro años después, en 1964.

El Inter de El Arquitecto se había llevado su primera Copa de Europa frente al Madrid y España acababa de ganar la Eurocopa en el Bernabéu a Rusia con Luisito, Marcelino, Reija y Amancio Amaro, todos criados en la provincia. Ni así fueron capaces de traerse la segunda bola dorada. Suárez fue segundo tras Denis Law y le escoltó en el podio Amancio, ya como futbolista blanco después de protagonizar una venta récord en 1962.

Dos coruñeses, uno de Monte Alto y otro de lo que hoy serían Os Mallos, acompañaban al escocés. Una situación muy parecida a la que sucedería con Xavi, Iniesta y Messi en 2010 tras lograr el Mundial de Sudáfrica. Lo ganaron todo, no lograron el premio individual.

Desde entonces ninguna ciudad del tamaño de A Coruña ha sido capaz de colocar a dos jugadores entre los tres mejores del año para la publicación francesa, la elección oficiosa del mejor futbolista del europeo desde 1956. Solo le igualó Ámsterdam en 1988 con Ruud Gullit y Frank Rijkaard, los dos milanistas, campeones de Europa y con raíces en Surinam. La diferencia es que en 1964, en plena era desarrollista, la urbe herculina no llegaba a los 190.000 habitantes y cuando la capital holandesa se encumbró contaba con unos 700.000 vecinos.

Lo que no es extraño es que un país tenga ese peso entre los finalistas, ha habido casos más extremos. El año del triunfo neerlandés el Balón de Oro fue para Van Basten, con lo que coparon el podio. No fue la única vez. También ocurrió en 1972 con Beckenbauer, Müller y Netzer y en 1981 con Rummenigge, Breitner y Schuster.

Suárez no solo estuvo presente en el cuadro de honor en esos dos años. Fue balón de plata en 1961, a mitad de camino entre Barcelona y Milán, por detrás de Sivori y cerró el podio en 1965 acompañando a Eusebio y Facchetti con su segunda Copa de Europa en el bolsillo. Nadie ha llegado más alto, aunque no es un caso aislado en la ciudad.

Hace 60 años A Coruña era envidiada por su trabajo de cantera, por la exquisitez de sus futbolistas. El llamado jugador coruñés, una saga de finos interiores que arrancó con Chacho a finales de los 20 y que tuvo multitud de ramificaciones y ejemplos en los años siguientes. La llegada de Scopelli y sus famosas escuelas, el trabajo de Rodrigo en el Juvenil y la labor del Fabril y de los equipos modestos del fútbol herculino terminaron por hacer germinar todo el talento que brotaba entre los jóvenes. Así salieron, entre otros, Lechuga, Rábade, Arsenio, Jaime Blanco, Pellicer, Manolete, Loureda, Beci y, sobre todo, Amancio y Luis Suárez, que no lograron sus hitos colectivos e individuales como deportivistas.

Al primero lo disfrutó Riazor cuatro años tras ficharlo del Victoria y al segundo, solo unos meses tras jugar en el Fabril y como paso previo a incluirlo en el traspaso de Moll por una cantidad que se reveló insignificante con el transcurrir de los años. El Dépor era incapaz de retener a las joyas que pulía. Los traspasos al Madrid, al Barça, al Atlético y al Valencia eran habituales. Luego dejó de vender, pero se agotó el vivero. Su tarea pendiente es hacer coincidir en el tiempo el talento y la seguridad económica para que un coruñés sea importante en un Deportivo campeón.