El fin del sistema feudal y la posterior decrepitud de la nobleza local dibujó una Galicia minifundista, con tierras que se subdividían tantas veces como hijos tuviera el matrimonio y que impidió un desarrollo extensivo de la agricultura. El cultivo se dedica al autoconsumo, tanto familiar como de las explotaciones propias. Si no hay cosecha, los productos se compran en el supermercado o a la distribución mayorista; si los terrenos quedan merced de un eterno barbecho, lo mismo. Y en Galicia ha habido una conjunción de ambos factores: la sequía ha arruinado numerosas plantaciones y, en los últimos diez años, dejaron de trabajarse 33.364 hectáreas de tierras de labor. Es la superficie que se dedica al cultivo de cereales, legumbres, hortalizas y forraje, las especies del campo significativas para la economía rural (no existen plantaciones industriales como el arroz o el tomate a gran escala). Representa un 10% del volumen de este tipo de explotaciones agrarias. ¿El resultado? Que familias y productores del rural dependen cada vez más del mercado exterior (nacional e internacional) para abastecerse.

En 2007, por ejemplo, Galicia contaba con 1.508 hectáreas dedicadas al cultivo de tomate, según los datos de la estadística agraria del Ministerio de Agricultura. A 30 de junio la superficie había caído hasta las 990 hectáreas. Las importaciones de este producto (procedentes de fuera de España) se dispararon un 51% solo en el último año, hasta rozar las 300 toneladas entre enero y mayo. Sin embargo sí aumentaron las plantaciones de coles y lechugas durante la última década (en 242 hectáreas), pero aquí fue la sequía la que penalizó la actividad. Llegaron de Galicia más de 2.500 toneladas de ambos productos en lo que va de año, lo que representa un incremento del 28%. Las tierras dedicadas al trigo, centeno y patata padecieron también del abandono, y en diez años dejaron de trabajarse 13.594 hectáreas.

En lo que sin duda se alinearon la despoblación del rural, la crisis láctea y la sequía fue en el cultivo de las especies denominadas forrajeras. Son las que sirven para alimentar el ganado: en 2007 la superficie dedicada a ellas 246.839 hectáreas, un 8% más que a día de hoy. Solo la ausencia de lluvias explica el hecho de que se haya multiplicado por cuatro la importación de forraje en lo que va de año, con más de 13.600 toneladas (frente a las 3.100 que se habían adquirido hasta mayo de 2016). En el conjunto de España no se reprodujo esta situación y la dependencia exterior de forraje descendió en algo más de 100.000 toneladas. Las compras de zanahorias foráneas se incrementó en ambos casos, con Galicia como protagonista: pasaron de importarse 96 toneladas a rozar las 300.

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Desde el año 2007 los precios de las hortalizas frescas se dispararon en Galicia un 12,7%, mientras que en el caso de las patatas el incremento rozó el 15%. Los últimos datos publicados, relativos al pasado mes de julio ya no recogen el impacto de la plaga de la polilla guatemalteca, cuya propagación en la primera mitad de este año generó importantes destrozos en las cosechas y llego a provocar escaladas de precios superiores al 15% anual.