Las llamas de la orilla portuguesa del Miño saltaron la barrera tradicional del río que Galicia ha adoptado como símbolo en su bandera para abrir un frente en As Neves que afectó también a los ayuntamientos de Arbo, Ponteareas y Salvaterra. El viento fue el causante de ese contagio. "El vector de propagación de un fuego depende en parte del viento, que con las condiciones de ese día pudo transportar durante dos kilómetros hojas o parte de la corteza de eucaliptos dos kilómetros, causando fuegos secundarios", explica un agente forestal con años de experiencia y que prefiere no revelar su nombre. "En el punto en que el fuego superó el río la distancia entre las orillas no supera los 20 metros", añade.

El riesgo de incendios se dispara cuando se cumple la regla del 30-30-30: al menos 30 grados de temperatura y 30 kilómetros por hora de velocidad de viento y un máximo de 30% de humedad ambiental. El domingo la velocidad del viento llegó a los 80 km/h. A la facilidad para transportar restos de eucaliptos ardiendo se une el efecto granada de las piñas, que con las altas temperaturas estallan y pueden llegar a cientos de metros de distancia.

El año pasado, unos vecinos de Arbo grabaron el surgimiento de siete focos en menos de minuto y medio, demasiado "sincronizados" para que fuesen provocados todos por la mano del hombre. "En muchos casos, prenden llamas en puntos de difícil acceso casi al mismo tiempo. El viento suele estar detrás", comenta.

A esos peligros se une el riesgo de que las llamas se reaviven. "En lugares como mucha turba, el incendio parece apagado, pero arde hasta a un metro de profundidad. Puede brotar de nuevo el fuego con el viento. Si hay oxígeno, combustible y calor en alguna de las zonas afectadas ahora, en una semana reaparecerá el fuego", alerta.