La noche de pánico que vivió este domingo el sur de la provincia de Pontevedra por la voraz oleada de incendios se cerró con una cuarta víctima mortal. Alberto Antonio Castromil Sánchez, de 70 años y vecino de San Andrés de Comesaña, falleció cuando se disponía a ayudar en la extinción de las llamas que cercaban la casa de una amiga en esta misma parroquia viguesa. Cegado por la espesa humareda que rodeaba por completo la finca, creyendo que era uno de los accesos al inmueble entró por un hueco abierto entre la entrada principal y el garaje anexo precipitándose al vacío desde cuatro metros. Cuando llegó la ambulancia, el hombre, exgerente de una firma comercializadora de pescado, todavía conservaba la vida que perdería minutos después en su traslado al hospital Álvaro Cunqueiro.

Como otros lugares de la comarca viguesa castigados por el fuego, San Andrés de Comesaña amaneció con una población derrotada por el cansancio de toda una tarde y madrugada de combate directo contra las llamas. Pero a diferencia del resto, en esta parroquia, más que lamentar los estragos del fuego a sus propiedades, el comentario más generalizado se centraba en el fatal desenlace registrado en la vivienda de Pili, en el Camiño do Rial. "Está hundida. Ella, que se desvive por todo el mundo y le pasa esta tragedia", contaba Rosa. Desde un estado de shock, la dueña de una de las casas más próximas adonde ocurrió la tragedia fue la primera a quien se dirigió al grito de "¡Socorro!" de Belén, la mujer de Alberto, tras encontrarse a su marido tendido en el suelo, rodeado de sangre por el impacto.

"En ese momento esto era el Apocalipsis. No se veía nada en absoluto. Todo estaba envuelto por el humo", cuenta Rosa pisando un suelo chamuscado que escupía sin parar polvo de ceniza. Esta vecina reaccionó al instante a la petición de auxilio de la esposa de Alberto. Serían sobre las 22.00 horas cuando llamó al 061 notificando la urgencia. La ambulancia llegó pronto a Camiño de Rial, y allí se encontraron al septuagenario "con un fuerte golpe a la cabeza", según indicaron fuentes sanitarias.

Los vecinos aseguran que la muerte de Alberto fue "una fatalidad". Creen que no era la primera vez que acudía a esa vivienda, muy cerca de la suya, situada en el número 154 de Camiño de Rial. Pero el escenario del domingo, "sin ninguna visibilidad, rodeado de llamas como los aros de fuego de un circo", como así lo describen los testigos, convirtieron esta finca "en una trampa mortal".

Todos los indicios apuntan a que casi a ciegas por el humo y la noche, el hombre, apurado por la emergencia de ver el avance del fuego, querría tomar el camino más rápido para alcanzar la manguera. Esta sería la razón por la que se metería por un hueco que en realidad no llevaba a ninguna parte sino hacia un salto al vacío letal.

"¡Qué tristeza!", insiste otra conocida del matrimonio, que como otros consultados por este periódico eludían "ahondar más en la desgracia que debe sentir Pilar", la dueña de la vivienda del accidente. En el vecindario preferían ensalzar la "valentía de Alberto". Dicen que este hombre, hasta 2010 gerente de la firma comercializadora de pescado y marisco Borathor, había acudido a la llamada de su amiga cuando todavía no tenía garantizada por completo la extinción de las llamas que también acorralaban su casa. Situada a menos 400 metros en línea recta, a la vivienda donde Alberto Castromil residía con su mujer Belén el fuego llegó hasta la misma entrada. Y de hecho, Virginia y su marido, el matrimonio propietario de la vivienda construida frente a la de Alberto y Belén, asustados por el descontrolado incendio, la desalojaron sobre las 19.00 horas temiendo por sus vidas y las de sus hijos, de seis y 13 años. "Hicimos unas maletas con lo imprescindible y nos fuimos a casa de nuestros suegros. Durante las siguientes horas se te pasa de todo por la cabeza, como empezar de cerro", relata. "Milagrosamente, cuando regresaron de madrugada a su casa respiraron aliviados. Es un milagro que todo esté en pie", confiesa Virginia.

Del matrimonio Castromil, Virgina, como la mayoría de los consultados, sabían muy poco, y todos destacan la gran afición a los caballos de ella. La presencia de la pareja por San Andrés también se había reducido en los últimos meses por sus constantes viajes a Sanxenxo, donde al parecer poseen una casa. Aunque vivían solos, Alberto y Belén tienen un hijo, Luis, y dos nietos residiendo en el extranjero.